A menudo los hombres, especialmente los argentinos, solemos echarle la culpa al otro. Y sobre todo, la mayoría de las veces ese otro es Dios. Cuando Él no nos da lo que queremos, o nos da lo que no queremos, o permite lo que no tendría (según nosotros) que permitir o viceversa, enseguida le cargamos los errores como hacemos entre nosotros. O lo que es peor, lo dejamos de costado, nos alejamos de Él temporaria o definitivamente. Más o menos lo que hacemos entre nosotros, los seres humanos.
Pero no, nada de eso debe ser así, especialmente para quienes creemos en Dios. Si creemos, no podemos contradecir nuestra fe enojándonos o dejándolo. Sí podemos hablar con Él, pedirle, plantearle, hasta atrevernos a reclamarle con sinceridad y respeto. Pero tengamos presente que Dios es perfecto. Que ël sólo sabe perfectamente lo que nosotros necesitamos, lo que no, lo que nos hace bien y lo que nos hace mal. Dejémonos llevar por Él, que es la perfección sobre toda perfección, el amor sobre todo amor, la fortaleza sobre toda fortaleza, el poder sobre todo poder. Él es perfecto, entonces nunca podría equivocarse. Lo único que le faltaría a este mundo en plena destrucción es que Dios se equivoque en algo, sería tremendo para nosotros. Pero no es así, aunque nosotros no lo podamos ver. Dios es perfecto. Y además, lo más importante: si le llegamos a sugerir que se equivoca, no nos castiga ni nada de esas cosas que el mundo dice. Dios nos ama más todavía. Sigamos sus huellas. Gloria a Dios y queEl siempre los bendiga y les ayude a confiar en Él cuando les marque el camino.
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