Buen domingo a todos. Es este frío y soleado día uno muy especial para los católicos, para los cristianos de otras ramas. Pero sobre todo, sobre todo, para todo ser humano. Cuando una persona tan santa es coronada santa, debe ser alegría y esperanza para cualquiera. Este domingo en Roma, la Madre Teresa de Calcuta, esa extraordinaria servidora de los sufrientes y por ende de Dios, fue declarada santa por su colega santo, el Papa Francisco, en una misa en la plaza de San Pedro ante más de 100 000 personas, incluyendo gente pobre o sin hogar que ahora pertenece a las Misioneras de la Caridad, la congregación que ella fundó en 1950.
No es la idea contar todo sobre la histórica jornada, coros, banderas de la India, donde ella se involucró a ayudar, almuerzo con pizza napolitana para los pobres, la canonización a las 6.41 hora argentina. La idea es rescatar en este día, justo el de la Secretaria, el de esta humilde, pequeña gran secretaria de Dios. Quiero rescatar esto: en este mundo lleno de porquería y de porquerías, en esta sociedad de triunfadores, crucificadora, tanto la argentina como la mundial, lo de Teresa es un verdadero ejemplo. No hace falta fundar congregaciones ni viajar a Calcuta, sólo tender con sencillez una mano al que lo necesita. En este mundo, insisto, tan excrementado, la santidad de Teresa es un aire fresco, una descontaminación de todo lo que sucede a diario, un escape a esta asfixia que este planeta nos somete, o por qué no, a la que nosotros mismos nos sometemos. Y, también, algo muy importante: un ejemplo para las mujeres, que hoy han perdido o están perdiendo su señorío, sus modales. Como quiera que sea, la Madre Teresa es y será santa. Y ojalá que el enfermo mundo sea curado por su alma.
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