El domingo 3 de mayo de 2015 amaneció soleado pero muy frío, como estaba pronosticado, sobre Buenos Aires. En una casa de la zona Norte de la ciudad, papá Rafael y yo despertamos, cada uno con su hora, cada uno con su régimen de sueño, y nos pusimos a charlar como solemos hacerlo de cama a cama. Yo, en la mía de toda la vida, la que acuna sueños desde hace más de 30 años, bien tapado con dos frazadas; él, con la suya que quedó de mi abuelo, con una colcha y una manta. Y hablamos de todo, entre los temas, claro, el superclásico Boca-River que esa tarde se jugaría en la Bombonera. Una vez más, como desde los 5 años cuando él me hizo hincha, vivimos con pasión y amor por nuestro Boca amado. Después de darme a tomar mate como siempre le pido ("quiero mate") y otras cosas, me pidió que le pusiera en la computadora los temas árabes que le gustan. Y aunque hacía frío y aún yo tenía sueño, me levanté con el frío y fui a la máquina; como no los recordaba, entonces me pidió Chiquitita de ABBA, como aquellas lindas mañanas de mi infancia. Se la puse en español, pero él prefirió en inglés y se deleitó una vez más con el precioso tema, igual que después cuando le hice escuchar Spending My Time de Roxette y otros más que se reproducían automáticamente desde la PC del gran dúo sueco.
Más tarde, como a las 10 y algo, nos levantamos y luego de que yo tomara mi desayuno, planeamos adónde ir ya que a pesar del frío el sol dominaba el día. Y nos fuimos al almacén chino a hacer unas compras, caminando bajo el sol en una mañana agradable pero muy ventosa. Me dejó afuera esperando, compró algunas cosas y luego volvimos a casa; yo le dije que quería caminar un rato más, pero él no quería por el frío y su resfrío surgiente a sus casi 82 años. Me conformé y luego estuve un rato en Internet, mientras él preparaba el almuerzo con la TV y la previa del superclásico de fondo. Luego de lamentarse de no haber comprado papas fritas para el vermú, me llamó a comer y con TN Deportivo comimos unos ricos ravioles con salsa, que no sé si ya venían o él me puso aunque sabe que no me gusta. Pero comí muy bien. Y como siempre él se fue a acostar su siesta vespertina, mientras yo volvía a meter mis energías en la computadora, pero no el superclásico sino otras cosas. Luego yo también me fui a acostar pero escuchando la previa y los partidos que se jugaban previamente.
Se hicieron las 5 de la tarde, el partido era a las 6 y cuarto, y tras volver a darme mate y charlar, papá resolvió levantarse e ir a ver el partido previo (Banfield-Independiente, 1-1) al living, contiguo a la pieza, en el bonito TV color comprado el año pasado, por el legendario Canal 7, actual TV Pública. Yo lo seguía por radio (La Red), un poco por mi vista y otro por la nostalgia de aquellos años de fútbol por radio. La transmisión de la misma, desde el veinteañero radiograbador Philips, llegaba segundos antes que la de la tele, esas cosas de la tecnología de este siglo XXI, con lo que yo sabía antes qué pasaría con cada jugada. (Papá siempre me pide que no le diga nada o no grite un gol antes, pero a veces no me puedo contener.) Terminó aquel encuentro y mientras Tigre le iba ganando a Nueva Chicago (final 2 a 0) nos dispusimos cada uno desde su ubicación para el gran encuentro, como lo hacíamos en mi casa natal de Carapachay (zona Norte de Buenos Aires) en los 70, 80 y 90, o en las distintas casas donde vivimos después en los 2000 y 2010.
Ya se había ido el sol radiante, ya era atardecer en pleno otoño cuando comenzó el superclásico. Boca arrancó mejor con varias posibilidades de gol (como una en el palo de Osvaldo) y papá y yo lo palpitábamos, como aquel "peligro de gol" del glorioso José María Muñoz. River tuvo una chance de Sánchez que pegó en el travesaño y el viejo puteaba, igual que cuando avanzaba nuestro eterno rival, yo no tanto, me lo tomaba con calma aunque lo sufría también. Terminó el primer tiempo 0 a 0, un poco aburrido al final, y mientras yo le recordaba qé decía al final de un primer tiempo ("caramelos, chupetines y chocolates...") él se fue a la cocina y yo al baño, volviendo rápido para instalarnos en nuestras posiciones, como se dice vulgarmente para la cábala, y ver si nuestro Boca podría ganar el primero de los tres clásicos (los otros dos vendrían por la Copa Libertadores de América, nada menos) en el segundo tiempo.
Pero ya entrada la noche, con el calorcito de la estufa, nos aburríamos porque no pasaba nada de ninguno de los dos lados. Papá esbozaba algún que otro comentario, exigente como siempre con los jugadores. En cambio yo, con mi alma de periodista que soy, lo tomaba más fríamente y casi que pensaba qué haría el lunes, mientras lo seguía por la radio acostado. Igual me lamentaba: "¿Esto no terminará 0 a 0, no?", entre la incertidumbre y la bronca. De pronto me acordé de la gloriosa Radio Rivadavia del Gordo Muñoz y cambié de la supermoderna La Red a Rivadavia. Y se vinieron los cambios como el de Fernando Gago y Cristian Pavón en los xeneizes, con los que teníamos esperanzas de ganar; yo desde ahí lo analizaba y le decía a papá qué podría pasar, lo mismo que con los que hizo River. Faltaban pocos minutos, yo pensaba y le comentaba: "esto va derecho al empate 0 a 0". Él estaba de acuerdo, ya medio que nos resignábamos.
Pero la noche del domingo tenía una gran sorpresa para los boquenses de alma, entre ellos nosotros dos. Atacó Boca a los 83 minutos y como la radio llegaba antes, como ya expliqué, lo palpité y me esperancé con un gol. Y cuando Pavón definió luego de un centro y convirtió el 1 a 0, lo grité con toda la fuerza de mi garganta y de mi alma. Obviamente, papá no llegó a tiempo a hacerlo conmigo a dúo, pero lo disfrutó por la TV y me dijo el autor, que yo creí que era otro. Y ni hablar cuando tres minutos después vino un contraataque y Pablo Pérez hizo el segundo. Volví a gritar como loco haciéndole lío a la garganta y a papá que llegó a destiempo, pero no me importaba nada, salvo que otra vez él me dijo quién fue el autor. Él feliz de la vida en su sillón, yo parado cargando a nuestros "primos", como los solemos llamar. El cambio de radio trajo suerte y Boca se llevó el superclásico por 2 a 0.
Y más adelante, los comentarios, las entrevistas, todo un poco por radio y otro acercándome a la tele. Se hizo la hora de cenar, comimos la pizza de siempre algo desarmada (papá protestaba como siempre "no sé qué le pasó, se desarmó de vuelta"), pero los dos comentábamos las incidencias del triunfo refelices mientras cenábamos. Luego él a seguir viendo TV y yo a mi pieza, primero a escribir en mi computadora esta crónica y publicarla (justo tras las anteriores dos) y a escuchar el programa Pintado de Azul y Oro, el partidario de Boca donde quise trabajar el año pasado. Disfruté todo lo que allí se decía y me quedé dormido, despertándome con el final de la sección Los Olvidados de Siempre que me encanta, donde se rescatan historias de viejas glorias del club, por lo que no supe quién era. Y con el final, apagué la radio y me fui a dormir definitivamente. Así pasó otro domingo en mi vida, del frío amanecer a la noche de Boca, el del cumpleaños de mi maestra
jardinera Susana, el de la pizza desarmada pero triunfal, como vienen siendo nuestros últimos años. Pero todo con un denominador común: un domingo con papá Rafael, otro superclásico de mi vida.
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