Justo una semana después de mamá Anita, su hermano, mi inigualable tío Omar, cumpliría hoy años, nada menos que 66. Recuerdo de chicquito, cuando ya no estaba, siempre iba con mi familia a la misa por su nacimiento a la linda iglesia San Ambrosio, ubicada en Capital. Mi abuela, su madre, solía hacer esos homenajes. Como ella tampoco está en este mundo, yo tomo con alegría la posta y lo traigo al presente.
Cómo no recordarlo, un personaje personaje. El de la sonrisa y el buen humor permanente, el de su voz potente y su fuerte personalidad, su bigote, su buena pinta, su rosario de malas palabras (un especialista, por algo le decían "Kelo"), animador de reuniones y cumpleaños en casa o en lo de mi abuela. También, claro, el gran corredor de motociclismo (su gran pasión) subcampeón nacional en 1980, el de las motos o autos de lujo, el del departamento El Atlántico de Pinamar o la bellísima casa en la isla del Tigre, el que fue a las Bahamas o Miami, el de las mil mujeres que lo seguían por sus cualidades físicas y espirituales, el de la famosa lancha o el gran crucero, el de los crayones que me regaló y con los que yo pintaba, el de la estación de servicio de juguete, el de los ricos perfumes, el de las noches en las discotecas, especialmente la famosa New York City. El que me llevaba en su Yamaha negra por Pinamar enseñándome a manejar, un riesgo que yo no quería. O que me ayudaba a pasar los cambios en su auto, no recuerdo cuál era. El que les ganaba a todos por amplio margen con su Kawasaki en el Autódromo de Buenos Aires. En suma, y aunque lo disfruté sólo 8 años, fue y será un grande de mi historia.
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