Vamos a un tema que me está haciendo ruido, y sobre todo, mucha bronca. Es la bendita (o maldita, como ustedes la quieran ver) tecnología. Porque es cierto que agiliza, ayuda, facilita nuestra vida diaria. Pero las empresas que la ofrecen no tienen en cuenta que no todos nosotros somos expertos en ella.
Días atrás, me pasé a una conocida compañía de teléfonos celulares. Para ello, la operadora me pidió que le dijera un código de seguridad que ella misma me mandaba por mensaje de texto, que yo no manejo, no sólo por mi discapacidad visual, sino porque no lo manejo en sí. Ni tengo por qué. La mujer insistió, y encima me dijo que le mandara la foto de mi DNI de los dos lados, y que la enviara por el remanido Whatsapp, que tampoco puedo usar. Le peleé de buena forma la cuestión y pude mandarlas por mi mail, pero para el código tuve que llamar a mi vecina Adriana, la mamá de mi compañero de coro Juan, para que me ayudara. Tampoco mi papá me puede ayudar porque, como muchas personas mayores, no sabe manejar muy bien celulares.
Peor le pasó a mi compañera de canto Margarita, que para una orden médica para su salud debió enviar no sé qué por Whatsapp. A ver si las empresitas se dejan de tanta propagandita colorida y sonora y piensan en que no todos somos iguales. Porque para usar la tecnología a veces nosotros tenemos que ser analistas de sistemas más o menos. Repito, empresarios de la telecomunicación: no todos somos iguales.
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