jueves, 3 de marzo de 2016

LA SONRISA DE MAMÁ ANITA

Hoy es otro año del día en que mi madre Anita pasó de ser una gran mujer a ser un ángel más del cielo. Y gracias a Dios y a la Virgen, no sólo he superado el trance (aunque siempre queda el sinsabor) sino que siempre que la recuerdo no es con tristeza, sino justamente todo lo contrario. Es así sistemáticamente: cada vez que me viene a la mente, me acuerdo de su voz aguda y penetrante, simpática, alegre, amable, amigable. De esa sonrisa permanente, aunque no necesariamente la tuviera en la cara. Esa sonrisa que también tenía en su interior, esa que reflejaba en cada instante de su vida. Sus graciosos dichos, su forma tan singular de hablar, de tomarse los líos cotidianos, de vivir cada segundo con intensidad más allá de la coyuntura. Su sociabilidad, su solidaridad, su calidez, su amor profundo, su alma tan pura, por lo menos más pura que la media. Esa alegría que duraba 24 horas, aunque lloviera, aunque hubiera problemas, aunque hubiera que trajinar. Gran protagonista de mi familia, de las reuniones, de cada cosa de mi vida, del colegio, de mis amores, de mis amistades, de mis cumpleaños, de mi trabajo, de mis alegrías y dolores. Mamá Anita fue, es y será realmente todo para mí. Incluida, claro, su sonrisa eterna. Por eso, y aunque lógicamente la extraño, no lo hago tanto. Porque ella siempre está. Siempre esperándome con su sonrisa.

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