El título de campeón de la Copa Libertadores de River merece todas las felicitaciones del caso. Que hizo méritos es indudable, no se gana una Libertadores con la camiseta. Pero no hay que perder de vista el trasfondo. NO hay que olvidar la nefasta jornada de la agresión al micro de Boca. En suma, River es un campeón muy bueno dentro de la cancha, pero no debió serlo por lo acontecido, aunque (claro) no tenga la culpa.
No es una editorial partidaria, por favor. Es la realidad. El club de Núñez debió claramente ser sancionado con la pérdida del partido revancha. Porque aunque la dirigencia riverplatense intentó desligarse de la barbarie, las barrabravas están dentro del club y ellos lo saben. Entonces, y aunque a muchos no les guste, Boca tenía que haber sido decretado campeón. Pero claro, el negocio, el show, debe continuar, y así lo hizo la CONMEBOL, redondeando la peor Libertadores que se recuerde.
Un equipo disminuido emocionalmente, lo manifestamos, no puede afrontar un compromiso de esta envergadura. Es, repetimos, como si al pobre Chapecoense lo hubieran obligado a jugar la final de la Copa Sudamericana 2016 luego de la tragedia aérea. Si bien lo de Boca no fue tanto (por poco), en el fondo la situación da para lo mismo.
River es campeón. Que festeje, que vaya y represente a la Argentina y a la devaluada CONMEBOL en el Mundial de Clubes de Emiratos Arabes Unidos. Pero queda marcado por haber sido un ganador con un gran dejo de injusticia.
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