Cuando escribí el otro día sobre esa postal increíble que es salir en vacaciones, me acordé de una de sus atracciones más llamativas: cenar. No importa qué ni dónde, el asunto es compartir una comida sin horario ni apuros, sin cosas que hacer ni planificar, sin límites como tantas cosas del verano. Y más preciosa es la cena si es , como me ha tocado vivirla, casi a medianoche y sobre todo, al aire libre. Ya contaré en Mis Veranos Dorados una ocasión tal. Pero sentir el aire libre en lugar de las cuatro paredes, comer mirando el mar o simplemente el paisaje nocturno es inolvidable, disfrutable, hasta romántico. Si el verano tiene magia, es por momentos como comer con las estrellas y la luna de compañía. Para guardar en el poster personal del verano.
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