Esta nota va con mucho respeto, y abrazo fraterno en el caso que haga falta, a quienes han perdido un ser querido, sea de la forma que sea, a la edad y tiempo que sea. Siempre escucho hablar a gente de su tristeza, su melancolía, lógica. Y también, asociado a esos sentimientos, enseguida (como es mi caso) los recuerdos, las vivencias, la vida que ambos o ese grupo llevaron junto a esa persona.
De eso se trata mi reflexión. Claro que no es nada alegre, pero sí ante el dolor de la ausencia, un pequeño confort interior al alma. Es el pensar lo que ese ser nos dejó tras su paso por este mundo, un legado que nos queda en nuestro corazón y que nos permite no sólo mitigar la pena, sino tenerlo más presente. Vivir como él nos aconsejó, vivir lo que él vivió de bueno, alegrarse y valorar cada felicidad vivida. Rescatar, como en un archivo imaginario, todo lo positivo que él nos transmitió. No hace falta ser Freddie Mercury ni el Papa Juan Pablo II para dejar legado. Para nosotros, el cariño que sentimos por ese ser es por algo. Porque ese ser fue y será tan grande como los nombrados.
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