Bienvenidos a Así Es La Vida, un blog de todo un poco, una charla con un amigo, sin tiempo ni espacio, sin intereses, sin estructuras. El caminar de un ciudadano por la vida. Dedicado a mi madre Anita.
lunes, 7 de diciembre de 2020
A 30 AÑOS DEL FIN DE LA SECUNDARIA
Y llegó el gran día de la fiesta de graduación en el colegio secundario, el Instituto Martín Güemes de mi Carapachay, justo ese maratónico 7 de diciembre de 1990, que hice de todo y fui para todos lados. Todo lo comencé cuando a eso de las 8, tras volver de aprobar Inglés particular y de regalarle algo a mi profesora Cristina, me afeité, me bañé y me puse el traje de mi cuñado Pablo que ya me había probado. Y con la última luz solar fui en auto con mis padres.
Llegué y subí al aula , donde estaba la división reunida. Cuando entré, la preceptora Nancy y varios me saludaron y elogiaron mi traje. Me senté en el primer banco del medio delante de mis compañeros Leonardo Bienaszewski y Eleonora Sorzio que también alabó mi saco, mientras recibía una rosa de Nancy. Me parecía rarísimo todo: en mi banco, de noche, con traje... Luego salimos del aula y formamos para ir haciendo la bajada de la escalera; yo era uno del grupo del medio.
Y llegó la gran emoción. Cuando bajé vi todo el patio techado iluminado y lleno de gente, con un cartel con el slogan del curso ("Nunca la ausencia causa el olvido. Podremos no vernos, podremos no hablarnos, pero nunca olvidarnos") y sonorizado por la música que habíamos elegido. Me quedé a un costado y escuché los emotivos discursos de mis compañeros Fernando Solé y Roxana Spinelli, vestida de negro y que se quebró en lágrimas en su alocución. Y recibimos los diplomas de manos de la rectora, Susana Pasel; yo lo levanté en alto, con instinto futbolero, y fui ovacionado, es que según comentó mi mamá fui el único.
Y participamos de un ágape con bombones y copas, una de las cuales tiré sin querer a un mozo. Los inigualables mellizos Aldo y Roberto pozzi, otros dos amigazos de ese inolvidable quinto B, me convidaron un bombón, mi compañera Nancy Perrig (de vestido negro con lunares) me dio un gran beso y la mamá de Carla Salvetti, mi primer amor y otra gran compañera secundaria, hablaba con mi mamá de mis romances con ella. Y el cierre fue a todo dar cantando aquel loquísimo “Primer año qué bonito” con todo a pesar de las malas palabras en el patio descubierto; yo canté bien fuerte y mi divina amiga Gabriela Pérez se lo comentó a mi papá. “Con qué ganas lo cantó su hijo”, le decía.
Y tras saludar a la inefable Elsa Ramos ("la tía peluca", como era apodada), la profesora de Contabilidad y otras materias, me fui a casa. Cuando llegué a eso de las 11, sentí gran alivio del final de la jornada y cené una exquisita pizza mientras miraba Fútbol de Primera. Mi mamá se emocionó: “Vamos a estar en todas las etapas de tu vida”. Había terminado una jornada tan agotadora como inolvidable.
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