Aquella mañana en el anfiteatro del Colegio La Salle de
Florida fue el recuerdo por excelencia del 78. Para el acto de fin de año, mis
maestras jardineras del Mafalda Analía y Susana me designaron para bailar como
el gran John travolta, el inefable protagonista de ‘’Fiebre de sábado por la
noche’’ y con la gloriosa música de los Bee Gees, con temas como ‘’Staying
alive’’ o ‘’Night fever’’ de fondo. Con ellas ensayé mil y una mañanas en el
jardín, me ponía fastidioso por tener que hacerlo cada dos minutos, lo mismo
que por ponerme las botitas que no me calzaban bien. En ese momento ni sabía
para qué ni por qué lo hacía, pero escuchaba a cada rato un poco de Bee Gees en
mis oídos.
Llegó por fin el soleado domingo 3 de diciembre. Todo empezó
en el vestuario con Analía y Susana, que me ayudaron a cambiarme. Recuerdo que
estaba en calzoncillo amarillo cuando mis maestras jardineras me pusieron el
trajecito blanco que, lleno de lentejuelas, me pinchaba el cuerpo. Luego me
ayudaron a subir al escenario de madera en un salón amplio, iluminado con luces
de todo tipo y las famosas bolas de espejos, entonces de moda.
Y en ese majestuoso marco bailé y canté como el gran actor,
una actuación memorable para los que la vieron, que fueron muchos y que estaban
sentados cerca del escenario; desde ya, mi familia (con mis abuelos incluidos)
en primera fila. Esa gran mañana fue el corolario de un año grandioso y que
perduró a través de los años.
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