Bellísima playa Barbara Beach, en la celestial Curaçao. Foto de www.curaçao-travelguide.com.
Enero, calor, sol. Buen tiempo, cielo azul, aire libre. Vida natural. Paisaje. Ruta. Viajar. Mañanas y tardes a pura playa y acción. Noches de romance y aventura. Cero horarios, 24 horas de vida más allá de descansar. Fútbol, música, recitales, paseos. Tiempo de liberación del cuerpo y el alma, de la mente y los grises días del año regular. Hacer otras cosas, mirar otros lugares, saborear otras comidas, oler otros aromas, escuchar otros ruidos. Hasta la lluvia, como apunté entradas atrás, acompaña bien y da placer. Gente despreocupada, alegre al menos por fuera, es cierto mucha, pero al menos no estamos solitarios.
Todo eso es el verano. Como aquella canción bailable de los años 90, el verano es mágico. Es un tiempo demasiado especial, tan lindo y tan corto a la vez, pero que realmente conecta a uno con la vida en plenitud. Uno vuela en verano, uno es un pez en el agua, más allá de la comparación veraniega-marina. Uno hace de todo y se divierte, no hace nada y también se divierte. Uno está con gente y la pasa tan bien como cuando está solo leyendo, escuchando música o avistando aves. Verano es eso, vivir cada segundo con placer aunque sea (como se acostumbra hoy) por poquitos días. Verano es comer a cualquier hora, alquilar un triciclo, pasear por lugares exóticos, comprar una artesanía aunque no haya necesidad. Verano es caminar por el pinar aunque llueva, por la playa aunque haya conchillas, por el costado de alguna calle algo precaria aunque pasen autos. Verano es dejar que los minutos y las horas pasen al lado nuestro sin prestarles tanta atención como en el tiempo en que estamos en la ciudad. Verano, claro, es el amor, la paz, la alegría, la buena onda, el placer bien entendido. Un tiempo que fue creado por Dios para que nos renovemos de pies a cabeza. Hay que aprovecharlo a fondo, porque después tarda en volver diez u once meses. Hay que vivirlo, porque el verano, sin duda, es magia.
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