De tanto que se habla y se ve del Rally Dakar aquí en Sudamérica, ya pocos recuerdan los verdaderos orígenes de la competencia más difícil,extrema y peligrosa del mundo. Entre 1979 y 2007, el famoso rally raid arrancaba desde Europa, mayormente París aunque luego el comienzo se mudó a Granada o Lisboa, atravesaba el corazón ardiente de Africa y llegaba hasta el lago Rosa, ubicado en la costa de Dakar, capital de Senegal. Tras una amenaza de la guerrilla de Mauritania,la edición 2008 fue cancelada y, a partir de 2009, Argentina, Chile, Bolivia y alguna vez Perú reemplazaron a Argelia, Níger, Malí, Guinea o Mauritania, las dunas del Nihuil o Fiambalá a Agadez o El Golea, y la inmensidad del Altiplano al desierto del Sahara.
Pero la esencia del Dakar no parece haber cambiado con respecto a los años africanos. Los peligros, los contratiempos, el calor, lo extremo y hasta la muerte, un estigma que dominó la carrera ya desde sus primeras ediciones. Más allá de eso, el Dakar africano fue tan loco como apasionante, un desafío sobrehumano más que una simple competencia de automovilismo. Una prueba de supervivencia por casi 20 días atravesando lugares absolutamente inhóspitos, casi inhabitables, llenos de pobreza, nada que ver con los actuales. Cómo no recordar los grandes corredores como Ickx, Metge, Vatanen, Neveu, Auriol o Picco, las imágenes tan increíbles como impactantes de aquellas regiones tribales de Africa, los competidores haciendo las mil y una para superar las durísimas condiciones más allá de lo deportivo. También, es cierto, los accidentes y la actividad de las guerrillas ensuciaban una carrera que prometía pasión y acción y casi siempre terminaba lamentando vidas. Pero la atracción que el original Dakar causaba en todo el mundo era más fuerte. Y por eso fue y será inolvidable, más allá de lo negativo. Aunque pasó tanto tiempo, el Rally París-Dakar dejó su huella en la arena de los recuerdos.
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