Es una más de las oscuridades de esta insociedad. Estoy cansado, lo digo en serio, de la gente irrespetuosa en plena misa. Cada vez que voy a la iglesia los sábados me molesto por las acciones de quienes no se sabe para qué van a misa, si para ver y escuchar a Dios, lo único importante, o para pavear y hablar por celular.
Una, los que hablan constantemente en medio de una homilía o mismo de la misa en general, dale charla que parece que fuera tomar mate en la casa. Dos, los insoportables celulares. Dale que te dale con el “tan tan tan tan tan, tan tan tan tan tan” de Movistar o Personal, o peor, con musiquita vaya a saber de quién. Peor que no los apagan enseguida. Peor aún, que los dejan prendidos cuando se les repite hasta el hartazgo que los apaguen antes de empezar. Tres, los chiquitos correteando por el pasillo central o los laterales, pero no son ellos sino los padres que los dejan alegremente. Y hay más, pero no quiero seguir para no herir susceptibilidades.
Como decía mi gloriosa maestra Maruca del San Antonio: “¿Qué les cuesta una hora con Dios por semana?”. Porque Dios es no sólo lo más importante, es quien nos da nuestra propia excistencia. Si vemos, oímos, hablamos, sentimos, es por Dios, si no no existiríamos. Sin embargo, parece la iglesia más un shopping Unicenter o un restaurante que un templo, lugar sagrado de oración, recogimiento, tranquilidad, paz. Y la misa, repito, parece una mateada en casa de alguno y no una ceremonia que merece el mayor de los respetos. Da vergüenza ajena notar la mala conducta de la gente, gente grande y que supuestamente inculca a los más chicos la fe. Una vergüenza, que como todas de esta insociedad debe cambiar.
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