Incontables son las veces en que, en muchas acciones cotidianas, la edad es el tema de conversación. Sobre todo cuando se le pregunta a alguien qué anda haciendo de su vida. O cuando uno revela su edad. Y entonces aparece ese ridículo parámetro de la edad. Frases como "ah, tenés tanto, uh, ya estás grande para tal o cual cosa", o "te tendrías que casar, ya tenés tantos años". O, en el caso de nuestros divinos ancianos, "ya no tenés edad para eso, sos anciano". O al revés, sos chiquito, sos muy grande, sos mediano, qué sé yo.
Es otra de las discriminaciones estúpidas de esta sociedad. La edad, señoras y señores crucificadores, que se creen Dios opinando, no dice ni dirá absolutamente nada. NI a los 15, ni a los 20, ni a los 40, ni a los 70, ni a los 120. Hay salvedades, sobre todo en el caso de la niñez, no le voy a pedir a un pibe de 9 años que actúe como un adulto. Pero cuando somos adultos, la edad es sólo un número. NI somos grandes para casarnos, ni se nos pasó el cuarto de hora, como yo a quien tildan de "solterón", olvidando que gente de 80 contrae matrimonio. Mucho menos el vergonzoso concepto que tiene el mercado laboral, que fija que a los 40 ya no servís para nada, pero te toma a pendejos de 20 que están en la pavada.
Lo iMportante, lo esencial, son otras cosas. La edad es un nmúmero, sólo una cuestión matemática, estadística. Y como todo número, es fría y no habla. Así que basta de ponerla como marcadora de situaciones.
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