Feliz Día del Niño para todos los pequeños. Hoy les traigo una novedad de este siglo XXI, de esas novedades que no me apetecen. Cuando yo era niño, hace tres décadas y media, el día, que se celebra en la Argentina desde 1956, era el primer domingo de agosto. Así que los últimos días de julio y los primeros del octavo mes yo tenía una ansiedad casi futbolera por ver qué me tocaba de regalo. Así fue el 2 de agosto de 1981 con el dominó Fénix y la pelota número 5 blanca y celeste, o el 7 de agosto de 1985 con el reloj-juego Tomy, el de los pescaditos. O, aunque ya era grande, en el frío 5 de agosto del 90 con un majestuoso aro de básquet, a tono con el Mundial que se jugaba acá.
Pero como tantas cosas, el dinero, el consumo, el comprar, la materia, pudo más. En 2003, por pedido de la Cámara del Juguete, el Día se pasó al segundo domingo de agosto. Y diez años después, por responsabilidad de la misma organización, al tercero. Todo para potenciar las ventas. Está bien, el Día se da igual. Pero qué feo, discúlpenme negociantes, es acomodar la inocencia y las cosas del alma a lo material.
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