Este es un pequeño hermoso cuento infantil que leí una mañana de los 80 en la casa de mi madrina Marta, en Olivos. El relato, como era tan chico, no lo recuerdo exacto completamente, pero lo que puedo recordar constituye una de esas lindas historietas que dejan algo en la mente, lo cual hoy buena falta hace.
La leyenda cuenta sobre tres hermanitos alemanes, Hans (el mayor), Schwartz (el del medio) y Gluck, el más chiquito. Los tres vivían cerca de un río que, según sabían, podía cambiar el color de su agua a oro. Para eso tenían que recoger agua en un recipiente y llevarla hasta el río, y allí echarla. Si se portaban bien tendrían su premio con el sueño de ver el río dorado, si no les sucederían cosas malas.
Como pasa en tantas familias, Hans y Schwartz, los mayores de Gluck, tenían tal ascendente sobre él que lo dominaban, lo retaban y en ocasiones lo trataban mal, hasta con cachetazos sin justificación. Gluck sólo lloraba y no respondía a las agresiones. Mientras, los otros dos cargaron agua y la llevaron al río. En el camino se encontraron con una persona enferma que les pidió un poco de agua, la que no le dieron. Luego con un anciano sediento, al que tampoco le convidaron, y luego con un perro que les pidió con su pata por favor un poco de ella, a lo que le propinaron un puntapié y lo echaron. Llegaron al río, vertieron el agua pero el río no cambió su color, y en cambio ellos desaparecieron.
Gluck también quería ver el caudal convertido en dorado. Pero su almita, su bondad, sus acciones fueron muy distintas. Llevó el agua a medio llenar un pequeño recipiente. Le dio al enfermo, y le quedó un cuarto. Se cruzó con el anciano y éste le rogó, a lo que Gluck le dio y sólo pidió que no la bebiera toda. Se encontró con el perro, y viéndolo agitado e indefenso, le dio otro poquito de agua. Así le quedaron tres o cuatro gotas. Gluck llegó al río, las echó y el río se convirtió, como su deseo, en color oro.
Las malas acciones, la prepotencia, el maltrato de Hans y Schwartz les impidieron realizar su sueño y encima los condenaron. La humildad, la dulzura de corazón, la generosidad de Gluck, que el poco agua que tenía la dio, le permitió al más pequeño hacer realidad su sueño feliz.
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