jueves, 21 de diciembre de 2017

CADA SEGUNDO DE ESA NOCHE DE PERIODISTA


Guillermo Blanco y yo en la fiesta.

Y llegó el gran 21 de diciembre, el día más importante del año 1993. Esa noche era la fiesta de fin de curso de mi amadísima escuela de periodismo TEA y DeporTEA. Sí, después de tanto camino recorrido, tanto sacrificio y tantos sueños estaba por poner la última letra de mi carrera. Ni más ni menos, iba a ser periodista. Con ese pensamiento y esos nervios viví aquel soleado y templado martes. Todo arrancó a la mañana, curiosamente yendo al archivo para terminar de copiar las eliminatorias mundialistas del Dizionario del Calcio; uno de los chicos me cargaba por ese para él raro trabajo.
a la tarde llamé del taller a mi gran compañero y amigo Pablo Aro Geraldes para consultarle cuál era la mejor ropa para la noche, y charlamos de todo: lo que sería la fiesta con el video final, que el profesor de TV Diego Suárez se había desmayado haciendo el video por estrés, las eliminatorias, que reporteó al búlgaro Kostadinov en portugués para Clarín y que estaba tomando sol en su casa. Y luego me fui a preparar para el acontecimiento al que me acompañaba toda mi familia, incluida Marianita, entonces novia de mi hermano Fabián, la gran figura del 93 que no podía estar ausente, y en la que iban a verme otros invitados como mi madrina de bautismo, la celestial Marta Livio y su familia.
A eso de las 7 nos fuimos con Marianita para el auditorio de ATE, donde a las 9 sería la fiesta. A esa hora el sol de fin de año iluminaba el trayecto, mientras yo escuchaba un River-San Lorenzo por el mediocre torneo Centenario. Llegamos temprano y nos instalamos en aquel semicírculo con butacas, donde aún no había tanta gente.

Llegó la gran noche y la sencilla pero emotiva jornada. Primero hablaron los directores, recuerdo al gran Jorge Búsico que elogió a Diego Bonadeo. Pero hubo que esperar un tiempo para la entrega de diplomas, lo que hice con gran ansiedad sentado cerca del escenario muy bien iluminado y con carteles de la escuela, mientras mis padres me señalaban a Carolina, la bonita y amable secretaria de TEA, que estaba cerca mío. Al fin llegaron los diplomas, donde yo fui llevado hasta el escenario y lo recibí de manos del genial Guillermo Blanco, otro de los tres directores y el gran hacedor de esta historia, y me acompañaron a mi asiento. Por su parte, mi compañero Terrizzano fue ovacionado y a Macías le gritaban “Michael Fox, Michael Fox” por su parecido con el actor. Todo se desarrollaba con varios chicos ausentes, nadie sabía qué pasaba con ellos, promediaba la fiesta y no habían aparecido.
Y ahí la gran sorpresa: los que faltaban de golpe entraron al auditorio llevando una gran bandera y cantando por la escuela con fervor de hinchada: “aunque no me des laburo nunca te voy a olvidar”. Fue el momento más emotivo de la noche. Y el cierre fue con el video donde yo aparecí criticando a Búsico y otro alumno decía que el canoso le cortaba el pelo a Carolina, lo que generó la carcajada de todos.

Aro Geraldes y yo en la fiesta.

Pero había más, claro. Apenas concluyó la ceremonia y con el lugar semiiluminado, todos nos dispersamos y empezamos a sacarnos fotos y saludarnos, muchos quizá por última vez. Primero lo hice con Aro Geraldes, de saco y camisa blanca, que me dio un beso y, como no podía faltar, un papelito con los grupos de la Copa Africana que se venía en un mes, un genio. Después me vi y fotografié con mi familia y con varios, me quedé con Marianita que estaba muy contenta y le pedí que buscara al imborrable Luis Beneito, mi genial compañero, diciéndole que era el “nigeriano” (llamado así por mí por su tostado color de piel), ella no entendía. Al fin me junté con el tostado, me abrazó y nos sacamos la foto.

María Eugenia Gorosito y yo en la fiestta.

Luego me buscó la divina María Eugenia Gorosito, otra gran compañera, emocionada hasta las lágrimas; yo no me llevaba bien con ella pero su llanto me conmovió, me olvidé de todo, posamos y me besuqueó. Y todo se cerró encontrándome con Blanco, Búsico, Alejandro Luna (profesor de radio) y hasta el inefable Carlitos "Polillón" Da Silva, el inolvidable portero de TEA, apodado así por mí porque era gordo y por Rubén "Polillita" Da Silva, el futbolista uruguayo de Boca y River. Eran casi las 22.30 cuando me fui con mi papá a la camioneta; llegamos y celebramos con pizza comprada en el comedor.

Así concreté mi sueño de periodista, aquel sueño de mi adolescencia con las carpetas, aquel de mi infannnnnncia y tantos días cuando relataba en el fondo de mi casa natal de Ramón Castro en mi glorioso Carapachay, aquel que a fines del 90 parecía tan irrealizable cuando no encontraba escuela. Esa noche fue única: la última de mi escolaridad, la de mi graduación, la mejor del 93, el broche de una era tan decisiva como imborrable. La noche en que fui periodista para siempre.

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