Y sí, como era de prever, el verano 2018 se vino con todo. Tanto, que tras el fresco del 1 de enero, volvió el gran calor de fuerte sol, viento caliente y, lo peor, térmicas de entre 35 y 39 grados, como esta tarde temprano donde anduve por Buenos Aires, con ropa clara y gorra para protegerme, como se indica. Un calor, como digo, maliense, del país africano de Malí, en pleno desierto del Sahara, donde hace mucho más todavía, recuerdo el Rally Dakar en que los pilotos soportaban temperaturas terribles, más de 45 o 50 grados. Bueno, no tanto, pero casi casi, es el calor bonaerense. De Bamako, capital de Malí, para acá. A bancarlo lo mejor posible.
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