jueves, 22 de marzo de 2018

historia mundial: brasil 50

Antes de la Segunda Guerra Mundial, Brasil había presentado su intención de ser sede de la cuarta Copa del Mundo. Pero la locura barrió todo, y hubo que esperar a su fin para que un congreso de la FIFA en 1946 tomara una decisión. Suiza quería, pero no contaba con estructura. Brasil volvió a presentarse, incluso con apoyo del presidente argentino Juan Domingo Perón, y fue elegido. Y en el enorme y futbolero país vecino, se daría uno de los más inolvidables momentos de la historia del fútbol: el Maracanazo de Uruguay.

Tras semejante intervalo mundialista, doce años desde Francia 38, había que reorganizar todo. Primero la entidad madre, que logró comunicación aún en medio de los frentes de combate. Y luego, cómo se haría el torneo. Los europeos postulaban la perversa eliminación directa, pero Brasil convenció a la FIFA de que sería mejor hacer una fase de grupos. Incluso, para la ronda final. El secretario general Hénri Delaunay, mano derecha del presidente Jules Rimet, renunció molesto con la idea, que al final prosperó. Así que los 13 países participantes fueron aglutinados en cuatro zonas, donde sólo el ganador iría a las instancias decisivas. Que también tendrían el sistema de todos contra todos, por lo que fue el único Mundial sin final propiamente dicha.

Se jugaron otra vez eliminatorias para conformar los participantes, pero la cantidad de retiros dejó el número en 13, como en la primera edición de Uruguay 30. Entre ellos no estuvo otra vez Argentina, ahora por diferencias con la Confederación Brasileña, pero sí volvió Uruguay, gracias al abandono de sus adversarios, lo mismo que Bolivia, Chile y Paraguay. En tanto, Inglaterra se incorporó a la FIFA, jugó la previa y debutó en la Copa. En cambio, Alemania y Japón fueron excluidas por su responsabilidad en la guerra, y la Unión Soviética no quiso viajar.

Con ese panorama todavía muy irregular, la Copa, llamada ahora Jules Rimet por los 25 años de presidencia del francés, se inauguró en el coloso sudamericano el 24 de junio de 1950, en un nuevo gran escenario. Brasil había preparado con todo su ansiado Mundial, para lo que, como Uruguay 20 años antes, construyó un majestuoso estadio, el Maracaná. AL Igual que el Centenario del 30, el Maracaná se hizo apuradamente y se abrió para la misma jornada inicial, donde el dueño de casa, con su ballet integrado por Ademir, Jair y Zizinho goleó a México 4 a 0. Ese Grupo 1 lo compartía con Yugoslavia y Suiza, quienes le dieron dolor de cabeza, pero finalmente Brasil terminó ganando y yendo a la ronda final.

Sus rivales en la liguilla saldrían de los otros tres grupos. En el 2, España mostró su poderío y se clasificó, aprovechando que Inglaterra, que se creía el mejor, quedó en ridículo al caer con Estados Unidos 1 a 0. El 3 fue para Suecia, que dejó afuera al campeón reinante Italia, golpeado por la tragedia aérea de Superga en 1949, que se llevó al plantel del Torino, entre ellos diez titulares de la selección. Y el 4 fue una eliminatoria directa entre Uruguay y Bolivia, que terminó lógicamente con el 8-0 oriental y su pase a la ronda definitoria.

El Maracaná y el Pacaembú de Sao Paulo recibieron a los cuatro pretendientes a la Copa. Brasil y Uruguay fueron los que llegaron a la última fecha con chances de campeón, pero por caminos totalmente opuestos. Mientras la verdeamarelha arrasaba a Suecia y España con lluvia de goles, petardos, colorido y festejo, la celeste igualó sufriendo con España 2 a 2, y cuando su derrota con Suecia lo dejaba al local campeón, el doblete del "Cotorrra" Omar Míguez le dio el agónico 3-2 y la llegada al último partido con posibilidades.

Y entonces, mientras Suecia era tercero sobre España, los finalistas se encontraron en el atiborrado Maracaná, con 50 000 personas más de su capacidad, en ese momento de 180 000. Brasil festejó, como pasa hoy en día, por anticipado con fiesta en las calles, tapas sensacionalistas de diarios y manifestaciones de hinchas. Uruguay fue a una iglesia a rezar. Y su humildad le dio el premio. Porque tras el gol inicial de Friaca, los dirigidos por Juan López supieron igualar por Schiaffino, y a once minutos del cierre, Alcides Ghiggia amagó tirar un centro al medio y remató al primer palo de Barbosa, marcando el tanto que, tras el silbatazo final del inglés Reader, se grabó a fuego para la eternidad como el Maracanazo. Los brasileños huyeron llenos de dolor e incredulidad. Los poquitos uruguayos se sumergieron en felicidad. Es que, como veinte años antes, Uruguay tocó el cielo con las manos. Pero éste no era el de Montevideo, era el de Río de Janeiro.

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