Antes de hablar de fútbol en 1938, hay que hablar de política y de guerra. Guerra civil de España de 1936. Nacimiento de la Alemania nazi en 1934. La anexión de Austria al Tercer Reich en marzo del 38. El apogeo del fascismo en Italia. Hasta había lío en Asia con la guerra sinojaponesa. En ese ambiente, la pelota debía rodar en junio de 1938 en Francia, en la tercera Copa del Mundo. La patria de su creador, Jules Rimet, había ganado la sede, volviendo a jugarse en Europa luego de Italia 34, por lo que los países sudamericanos, entre ellos Argentina y Uruguay, decidieron no presentarse molestos con la no alternancia de continentes.
Así de agradable era el clima para el Mundial galo, lleno de europeos y con el debut de los exóticos Cuba e Indias Orientales Holandesas, hoy Indonesia. Brasil fue el único sudamericano, Austria no pudo competir por el Anschluss, España por el golpe del 36 y Japón por su enfrentamiento con China, además de que varios americanos se retiraron y le dejaron lugar a los cubanos. El nieto de 10 años de Rimet, Yves, sorteó el torneo que nuevamente se definió por eliminación directa, con alargue y desempate a las 24 horas en caso de igualdad. Al menos, por primera vez, el anfitrión y el campeón reinante, Francia e Italia, no tuvieron que jugar eliminatorias y se clasificaron automáticamente.
En el mítico Parque de los Príncipes de París, uno de los dos estadios de la capital francesa, comenzó la Copa el 4 de junio. Tremendo partido era el inicial, con la Alemania nazi mechada con austríacos ante Suiza y su cerrojo. Los austroalemanes hicieron el saludo nazi y la gente los silbó y abucheó durante todo el partido, que acabó empatado a un gol aún con alargue. Cinco días después, se llamó a alentar a los suizos como si fueran locales, en repudio a los germanos. Suiza ganó 4-2 y los franceses que poblaban el Parc des Princes los ovacionaron como nunca.
Fue lo saliente de esos octavos de final, que siguieron el 5 en distintas ciudades y estadios. El campeón Italia, dirigido otra vez por Vittorio Pozzo y con pocos jugadores del 34, pero con el seguimiento de Mussolini, se llevó un susto ante Noruega que le igualó y casi le gana sobre la hora, aunque Silvio Piola, su figura, decretó el 2-1 en el tiempo extra. Hungría goleó a los ignotos indonesios, Checoslovaquia lo hizo ante Holanda pero en prórroga y el local venció a Bélgica. Pero los mejores episodios los dieron los americanos: el astro brasileño Leónidas marcó un gol descalzo y su país le ganó 6-5 a Polonia en otro alargue, y Cuba consiguió una proeza al eliminar a un europeo, Rumania, tras dos excitantes encuentros. Mientras, Suecia lo esperaba en cuartos de final sin jugar por la ausencia de Austria.
Y se notó el descanso sueco sobre el trajín cubano, en el 8-0 que los colocó en las semifinales. Por su parte, Hungría pasaba al vencer a Suiza al compás de su estrella Gyorgy Sarosi. Pero los cuartos tuvieron dos partidos excluyentes,no sólo por el fútbol. Francia enfrentó a Italia en el estadio Olímpico de Colombes, el otro parisino, escenario de la final. Los italianos hicieron, como sus colegas alemanes, el saludo romano, y como ambos tenían camiseta azul, aparecieron vestidos de negro, el color del fascismo. Por supuesto tuvieron a todo Colommbes en contra, pero igual ganaron y pasaron a las semifinales. Y Brasil y Checoslovaquia se batieron en un duelo lleno de fricciones, polémicas y agresiones llamado "la batalla de Burdeos", escenario del 1-1 que obligó al desempate, donde los dos astros checos, el arquero Planicka y el goleador Nejedly, no pudieron actuar por lesión y Brasil ganó 2-1.
El "scratch" se sentía casi en la final, ese triunfalismo que los ha perjudicado hasta no hace mucho. Para medirse al coloso Italia, el técnico Adhemar Pimenta reservó a sus grandes hombres: Brandao, Tim (luego DT de Perú en España 82) y Leónidas."Si quieren lo dejo a Domingos da Guía, porque me da tranquilidad", dijo antes del partido. E incluso sacó los pasajes de avión creyendo un triunfo seguro. Gravísimo error subestimar a una selección campeona reinante, que además había sido medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Berlín dos años antes. Italia ganó 2-1 y dejó en ridículo a Pimenta, que igual se negó a darle los pasajes a Vittorio Pozzo, que debió ir con sus futbolistas en tren a la final a enfrentar a Hungría, que apabulló a Suecia en la otra semifinal.
Curiosamente, el mismo día y a la misma hora se realizaron el tercer puesto y la final. Ese 19 de junio, en Burdeos, Brasil ponía lo mejor y derrotaba a Suecia con doblete de Leónidas, que así cerró su actuación como máximo goleador. Pero lo importante era en el estadio Colombes, donde Pozzo y sus hombres debían ganar o ganar para evitar, como en el 34, la locura de Mussolini. Al menos los italianos no hicieron ninguna alusión política, se vistieron de azul y en un buen encuentro con los hábiles húngaros, se impusieron 4 a 2 y se consagraron bicampeones del mundo, con lo que Pozzo se erigió como el único técnico hasta hoy en ser campeón mundial dos veces. Mussolini los premió con 8000 liras de la época y demás honores. Los azzurros festejaron con un excelente equipo, donde aún Giuseppe Meazza y Giovanni Ferrari eran abanderados, aparte de Piola. Ellos festejaron. Los demás, qué ganas tenían de hablar de fútbol. Se venía la guerra.
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