Como se sabe, el Viernes Santo es para nosotros los católicos día de abstinencia (no comer carne) y ayuno. Como pasa en otras religiones, sólo se puede comer una vez al día y de forma frugal, liviana, y el resto beber líquidos. Para mí es bastante complicado, según mamá Anita de bebé fui de comer bien. Por lo que ayunar es subir el Aconcagua más o menos. Entonces seguí el consejo del divino Padre José, de la parroquia Sagrada Familia de mi Carapachay, que dijo un Viernes santo: "A las 12 y un minuto abran la heladera". Pues bien, eso hice aquel día. Y este sábado repetí la operación y me bajé media pizza pasadas las 12 de la noche, es decir, ya en Sábado Santo. Hecha la ley, hecha la trampa. En realidad no es trampa, es lo que es: desayuno el sábado a la medianoche. Y con el Señor, qué más.
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