Como ustedes ya conocen, tengo discapacidad visual. Y la verdad es que andar con eso en la convulsionada Argentina de hoy es toda una aventura de valientes. Ya conté de las veredas, de los autos mal puestos, de los obstáculos de los negocios, y puedo contar varios más. Y también he contado de mis queridos amigos los choferes de colectivo, que en su apuro y fastidio con el tránsito y demás exigencias laborales son una raza complicada.
Aunque la ley los obliga a cuidar de los pasajeros, muchas veces la gente sufre con ellos. Yo cuento mi experiencia, que por gracia de Dios no me va tan mal como se podría pensar. La mayoría de los conductores públicos ayuda, es amable, servicial, contenedor. Pero, pero, siempre hay alguno. Alguno que te deja a tres cuadras un día de llovizna, con vos con necesidades familiares o hasta fisiológicas. Alguno que no te contesta o te habla bajito cuando le preguntás cuánto falta, como mi caso que si no me pierdo fácil. Peor aún, algún insolente como el que describí acá hace poco. Pero por suerte la llevo bien. Me llevan bien. Después sí la general de la ley, que manejan con celular, que no tienen buen genio con cierta clase de personas como las mayores, que suelen querer tener razón, que se fastidian de nada, que no manejan del todo bien. Yo por Dios la saco barata. Y eso que no pago boleto.
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