ganado el apodo de “ciudad de María”. Y, también, su sitio en esta sección de maravillas. Maravilloso como la Virgen y Jesús.
Bienvenidos a Así Es La Vida, un blog de todo un poco, una charla con un amigo, sin tiempo ni espacio, sin intereses, sin estructuras. El caminar de un ciudadano por la vida. Dedicado a mi madre Anita.
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jueves, 26 de mayo de 2016
miércoles, 25 de mayo de 2016
UN DÍA CON LA VIRGEN DE SAN NICOLÁS
Justo EN el día de la Patria, viví después de tantos años una de las cosas que me han hecho feliz en este tiempo de mi vida, el de los 2000: las peregrinaciones. Tras aquella imborrable visita de 2004, hoy volví a regocijar mi alma en San Nicolás, la ciudad cercana a Rosario, la “ciudad de María”, como se la conoce, ya que en 1983 la Virgen se apareció a una vecina, Gladys Motta. Y desde entonces se produjeron manifestaciones increíbles de fe en un lugar que sufrió el cierre de la acerera SOMISA y que pudo recuperarse, erigiendo por pedido de la Madre el majestuoso santuario en el no menos majestuoso campito, un lugar de bellísima naturaleza. Hoy, en excursión con la comunidad de la Parroquia San Andrés Avelino de Villa Adelina, donde vivo actualmente, concreté mi cuarta visita y una jornada llena de fe, alegría y mucha nostalgia.
Todo arrancó al amanecer, cuando con el señor Norberto, el macanudo ministro de la parroquia, fui a pie desde casa hasta la iglesia, donde el micro esperaba junto a poca gente partir. Tras los prolegómenos, me acomodé junto a la señora Olga en el lindo micro y disfruté el viaje, viendo por la ventanilla el solcito matinal y la inmensidad del campo, que hace tiempo no veía. Mientras, Karina y Solange, las simpáticas chicas organizadoras, dirigieron un excelente momento de oración, con rosario de a bordo y música con guitarra, del cual participé con ganas y eso me hizo el viaje más corto. Así fue como a las 11 llegamos a San Nicolás y al campito donde se ubica el santuario y sus dependencias. Ahí la nostalgia me invadió recordando todo lo vivido en 2004, la parroquia Sagrada Familia, Carapachay, mi mamá Anita que vivía. Pero también la alegría de regresar a semejante lugar y momento.
Luego de recorrer el lugar con Norberto, incluido el negocio de souvenirs donde no pude comprar una remera como quería, fuimos al nuevo primer piso del santuario, que yo no conocía, y tocamos la imagen de María. Más tarde viví una de las tantas misas, mientras mi amigo vue a buscar a su esposa Josefa y compañía. Alrededor de la 1 fue la hora de almorzar en el Centro Mariano, un sitio bajo techo contiguo al bellísimo “descanso del peregrino”, al aire libre, que estaba ocupado, así que comimos ahí empanadas, sandwichitos de miga y torta. De ahí al templo y al mejor momento de la jornada según mi vivencia: la adoración al Santísimo Sacramento.
Con música, dos increíbles cantantes de angelical voz y un sacerdote dirigiendo la oración de alabanza, pasé el rato más emotivo de la tarde, no sólo por la música sino por la fuerza y la profundidad de la celebración, que sacó lo mejor de mí y me hizo olvidar el sueño y cansancio que acumulaba. Una hora muy parecida a una celebración evangélica por lo efusiva, como a mí más me gusta. De ahí la procesión, profunda, emotiva, con la imagen de la Virgen hacia el campito, donde se dio la misa central, matizada por un precioso conjunto muy profesional con órgano y todo. El sol nicoleño acompañó toda la templada tarde hasta que a las cinco, de vuelta al micro y a casa, a la que llegué pasadas las 8 y cuarto tras parar en San Andrés Avelino. Fue otro día con la Virgen, fue otro viaje con Dios, otro viaje a la celestial San Nicolás.
Todo arrancó al amanecer, cuando con el señor Norberto, el macanudo ministro de la parroquia, fui a pie desde casa hasta la iglesia, donde el micro esperaba junto a poca gente partir. Tras los prolegómenos, me acomodé junto a la señora Olga en el lindo micro y disfruté el viaje, viendo por la ventanilla el solcito matinal y la inmensidad del campo, que hace tiempo no veía. Mientras, Karina y Solange, las simpáticas chicas organizadoras, dirigieron un excelente momento de oración, con rosario de a bordo y música con guitarra, del cual participé con ganas y eso me hizo el viaje más corto. Así fue como a las 11 llegamos a San Nicolás y al campito donde se ubica el santuario y sus dependencias. Ahí la nostalgia me invadió recordando todo lo vivido en 2004, la parroquia Sagrada Familia, Carapachay, mi mamá Anita que vivía. Pero también la alegría de regresar a semejante lugar y momento.
Luego de recorrer el lugar con Norberto, incluido el negocio de souvenirs donde no pude comprar una remera como quería, fuimos al nuevo primer piso del santuario, que yo no conocía, y tocamos la imagen de María. Más tarde viví una de las tantas misas, mientras mi amigo vue a buscar a su esposa Josefa y compañía. Alrededor de la 1 fue la hora de almorzar en el Centro Mariano, un sitio bajo techo contiguo al bellísimo “descanso del peregrino”, al aire libre, que estaba ocupado, así que comimos ahí empanadas, sandwichitos de miga y torta. De ahí al templo y al mejor momento de la jornada según mi vivencia: la adoración al Santísimo Sacramento.
Con música, dos increíbles cantantes de angelical voz y un sacerdote dirigiendo la oración de alabanza, pasé el rato más emotivo de la tarde, no sólo por la música sino por la fuerza y la profundidad de la celebración, que sacó lo mejor de mí y me hizo olvidar el sueño y cansancio que acumulaba. Una hora muy parecida a una celebración evangélica por lo efusiva, como a mí más me gusta. De ahí la procesión, profunda, emotiva, con la imagen de la Virgen hacia el campito, donde se dio la misa central, matizada por un precioso conjunto muy profesional con órgano y todo. El sol nicoleño acompañó toda la templada tarde hasta que a las cinco, de vuelta al micro y a casa, a la que llegué pasadas las 8 y cuarto tras parar en San Andrés Avelino. Fue otro día con la Virgen, fue otro viaje con Dios, otro viaje a la celestial San Nicolás.
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