Si hoy decimos básquet en Argentina decimos gloria, generación dorada, Ginóbili, etc. Pero hace 30 años, en agosto de 1990, el panorama era completamente contrario y negativo. En el país, que se reponía del pésimo 89 de hiperinflación bajo el primer mandato de Carlos Menem, se jugó el Mundial. Y resultó un fracaso rotundo. Es que ese Mundial no dejó nada. No dejó infraestructura, ya que no se construyeron ni refaccionaron estadios. Tampoco difusión del deporte, porque el torneo fue utilizado, ante todo, políticamente. Y mucho menos beneficios deportivos, luego de una actuación del seleccionado tan mínima como descolorida, ya que dirigido por Carlos Boismené fue octavo sobre 16 equipos, con sólo dos triunfos, el recordado épico a Canadá y a Egipto.
Al menos, para mí fue un lindo recuerdo de mi fin de adolescencia, en pleno quinto año del Güemes de Carapachay. Igual que en junio con el Mundial de Italia de fútbol, viví el de básquet con intensidad. Todas las tardes tras el colegio y las noches seguí también en ATC los partidos de Argentina y los demás; al mediodía veía la previa del primer encuentro del día. Al inicio me alegré y luego me decepcioné con la Selección, mientras me entretuve con otros equipos, el juego, las síntesis en Clarín y algún relato por radio o un dúplex de la TV. Incluso quise ir a Villa Ballester, sede del grupo de Estados Unidos, pero no pude. Todo a la par que jugaba con aquel aro regalo del Día del Niño; el torneo me daba ganas de ir al fondo y así hacía los fines de semana. Por todo eso el Mundial fue una alegría en esos duros días y un placer que disfruté. En cambio, para el país fue un evento frustrado.
Fuente: Revista Básquet Plus
Bienvenidos a Así Es La Vida, un blog de todo un poco, una charla con un amigo, sin tiempo ni espacio, sin intereses, sin estructuras. El caminar de un ciudadano por la vida. Dedicado a mi madre Anita.
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miércoles, 19 de agosto de 2020
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