Parece el mejor de los chistes, pero es una historia real. Por mediados del año 2000, en plena expansión de la computación, yo estaba interesado en aprender a hacer mis propias páginas web con el lejano, utópico objetivo de tener un trabajo. Para eso conocí a una tal Alba, una joven mujer de Villa Ballester (zona norte de Buenos Aires) que daba clases del tema. La llamé y le pregunté a qué hora podía darme. Alba, tal su nombre, me respondió que tenía disponible a las 8 de la mañana. Sí, adivinaron, Alba daba clases al amanecer. Chiste, pero real.
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