Llegó el promocionado tercer milenio y el siglo XXI, tiempo de cambios en el mundo. También en el Mundial de fútbol, que por primera vez viajaba a otro continente que no era Europa ni América. En 2002, Corea del Sur y Japón, en Asia, fueron los dos primeros en organizar juntos la Copa del mundo. Hasta el Lejano Oriente debieron viajar 30 países, incluido el campeón (Francia) por última vez directo. Y en un torneo de tantos inéditos inesperados, fue sin embargo un grande, Brasil, que lo ratificó por quinta vez con otro brillante título.
Enfrentados desde la Segunda Guerra Mundial, coreanos y japoneses pelearon a brazo partido qién se quedaba con la sede, hasta que a mitad de los 90 la FIFA, como de costumbre, arregló todo y les dio el honor a ambos, como lo hizo la UEFA en 2000 con la Eurocopa de Bélgica y Holanda. Así que los dos trabajaron fuerte para convertir su poca tradición futbolística en un evento de proporciones, tanto que se construyeron 18 estadios nuevos, distribuidos en las 20 sedes, diez en cada país, con el inicio en Corea y la final en Japón.
Fue un Mundial muy especial, ya desde las eliminatorias. Gracias al constante aumento de nuevos miembros, la FIFA contó con 199 inscriptos, con lo que se dieron los debuts de nombres como Andorra, Turcas y Caicos, Vanuatu y la histórica vuelta de Palestina. Las mayores notas sonoras fueron en Europa: Eslovenia, de la ex Yugoslavia, llegaba por primera vez por sobre Rumania, mientras Holanda era eliminado. Alemania padeció un sopapo histórico (1-5) con Inglaterra y debió meterse por el repechaje. Turquía regresaba después del 54 dejando a Austria, y la misma Yugoslavia quedaba marginada. En Sudamérica, mientras Argentina no tenía problemas bajo el mando de Marcelo Bielsa, Ecuador gritaba su primer pase. Colombia no fue y Uruguay por fin sí, aunque empezó a vivir de repechaje con Australia. Otros dos nuevos fueron Senegal, sensación en África, y China, la potencia mundial que al fin llegaba, justo en el Mundial asiático.
Desde aquel 31 de mayo, los sudamericanos tuvimos que acostumbrarnos a los madrugones para ver el Mundial, cosa que era de los juveniles. En el Seúl World Cup de la capital surcoreana, fue Senegal quien dio el primer golpe batiendo a Francia, que no tenía a Zidane lesionado. De a poco, esos apellidos raros y esa camiseta amarilla serían la revelación de la Copa, al punto de casi ganarle a Dinamarca y tener 3-0 a Uruguay. Los franceses se fueron en la peor campaña de un campeón reinante sin un gol, y los celestes dejaron hasta lo último de sus almas en el épico 3-3 con los africanos, pero el remate desviado del "Chengue" Morales los eliminó. El otro impacto fue Argentina, que venía casi perfecto, pero los caprichos tácticos de Bielsa y errores en momentos claves produjeron la humillación de irse en la primera ronda tras 40 años, al no poder derrotar a un tal Suecia en el último partido. Y eso que estaban Aimar, Zanetti, Verón, Ortega, Batistuta, Crespo, el "Kili" González, el "Piojo" López. En cambio, España, Brasily Alemania ganaban sus grupos. Inglaterra era segundo sobre Argentina, mientras Italia se metía con problemas y perjudicado por los árbitros. Ecuador hacía gran papel a pesar de su eliminación, dando trabajo contra los azzurros y derrotando a Croacia. Y los exóticos locales pasaban primeros de sus zonas, Corea gracias a talentos y a jueces y Japón con triunfos sobre los menores Rusia y Túnez.
Argentina y Uruguay, entonces, veían por TV o por la novedosa Internet lo que sucedía a miles de kilómetros. Desde los octavos de final, los dudosos arbitrajes terminaron siendo estrellas (ver aparte), influyendo para el triunfo de Brasil sobre Bélgica, el avance de Corea del Sur sobre Italia y España, la victoria de Alemania sobre un genial Estados Unidos. Igual, Ronaldo y Rivaldo lideraron al Brasil de Felipao Scolari hasta las finales, mientras Michael Ballack y Oliver Neuville lo hacían con la Alemania de Rudi Voeller, ahora entrenador. Senegal y Turqía fueron protagonistas, pero los africanos no pudieron con los turcos, que con el gol de oro los dejaron afuera. Los surcoreanos, tras la derrota de sus vecinos en octavos, alcanzaban un tan brillante como turbio lugar entre los cuatro mejores.
Las semifinales vieron a dos campeones contra dos revelaciones. Los campeones se impusieron, pero no les fue tan sencillo. Ronaldo, en su apogeo tras una seria lesión, le dio a Brasil el segundo triunfo sobre Turquía, que coronaba una campaña increíble con un tercer puesto. Corea esta vez no tuvo la ayuda arbitral, pero hizo todo para poner en aprietos a Alemania, que con gol de Ballack volvía a la final, la primera desde su reunificación. Ballack, por su parte, no jugaría la decisión por su segunda tarjeta amarilla.
Tras el entretenido 3-2 de los turcos para su podio, el helado 30 de junio en Argentina era el encuentro cumbre. En el Yokohama International Stadium se encontraban dos tradicionales escuelas: el fútbol ofensivo de Brasil y la defensa y eficacia alemana. Todo iba muy parejo hasta el descanso, cuando la FIFA resolvió anunciar que el mejor jugador del Mundial era el arquero alemán Oliver Kahn. Veintidós minutos después, en el segundo tiempo, Kahn dio rebote a un tiro de Rivaldo, tan largo que Ronaldo aprovechó y desniveló el partido. Y el gran goleador del Inter italiano puso minutos más tarde la rúbrica con el 2-0, el título y la Copa del Mundo. NO era cualquier Copa. Con un conjunto lleno de estrellas, que ganó sus siete partidos, Brasil era campeón por quinta vez. Ni más ni menos, cinco veces grande allá en Asia.
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