Mi madrina de bautismo Marta fue, también será, un personaje glorioso de mi vida. Ella y su familia, con su enorme casa en Olivos, norte de Buenos Aires. Allí estaba a esta hora hace 35 años pasándola bomba con juegos, comidas y diversiones. Diversiones de lo más raras para un nene de 10 añitos como yo en el 83.
Entre ellas, yo jugaba con una pelota roja de plástico con cascabel, necesaria para personas con problemas visuales. En ese momento ni sabía, a pesar de mi cultura, qué significaba la palabra "discapacidad", tal vez la había oído al pasar, tal vez la tenía de algún vago momento ajeno. Yo creía que la pelota con cascabel era un juguete raro más de la niñez. Pero no: con el paso de los años fui entendiendo el asunto. La pelota me la compró especialmente Marta, que así fue toda una visionaria en discapacidad, cuando no se hablaba del tema ni era "trending topic" o todo eso de hoy. Con la bola roja yo jugaba fútbol en el garage de la casa, que al ser cubierto y rectangular simulaba una cancha de futsal, o como yo lo conocía fútbol sala. De esas historietas que me llenan el alma. Y también, aunque no lo supiera, la discapacidad.
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