Hay historietas de mi dorado libro de la infancia que no son puntuales, pero sí momentos inolvidables. Algunas mañanas de semana estaba en el fondo de casa en Ramón Castro, sentado o paseando, a eso de las 10 y media, y me llamaba la atención el cuadro que se presentaba a mis ojos. Esos días de sol radiante y cielo azulado, seguramente de primavera, miraba la arboleda propia o de las casas vecinas, la escenografía de nuestro precioso patio, escuchaba los pájaros, veía cómo el sol iluminaba todo con su indefendible potencia. De qué hacía yo físicamente, ni recuerdo ni tiene importancia. Pero era tan bello marco que fue una real vivencia más de mi niñez.
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