domingo, 20 de diciembre de 2020

PAPÁ RAFAEL GRITÓ EL TRIUNFO DE BOCA DESDE EL CIELO

 

Habían pasado este domingo tres días de su partida de este mundo. Pero Rafael Yamus, padre de este cronista, no se quiso perder allá en el cielo otro partido de su Bocca amado. Así que a eso de las siete de la tarde se instaló cómodo con su radio portátil junto a su esposa Ana Luján, la imborrable Anita, y siguió a su modo tan particular el 2-1 de los xeneizes sobre Independiente por la Copa maradona. 

 

Al principio nada era como "Fule", como se lo conocía, esperaba. Independiente ganaba y jugaba mejor. Y el canoso alto insultaba a diestra y siniestra, encima molesto porque su Boca "no le hace un gol ni al arco iris". Pero cuando los de Russo empezaron a mejorar se le escapó una sonrisa de esperanza. "Vamos Boca c…" alentaba, y al rato lamentaba, también con malas palabras, los goles errados por Soldano y Varela. 

 

Hasta que faltando ocho minutos, Soldano igualó. "!!!Gol!!! !Goool c…, goool!", gritó fuerte aún a riesgo de alguna reacción negativa. Boca siguió superior y Rafael hacía fuerza: "Tiene que ganar Boca, no puede empatar", ese análisis tribunero sin reparar en el escollo por delante que es un rival. 

Y sin embargo, como tantas tardes en su Carapachay natal (zona Norte de Buenos Aires), el papá fue feliz. Sobre la hora, Cardona hizo un golazo y de nuevo el "goool c…", ahora mezcclado con un "!grande Boca!" con esa voz superpotente que conmovía a los ángeles. Y qué decir cuando llegó el final. TRAS gritar de nuevo y festejar, comentó con Anita y con quien tuviera cerca la actuación de su amor. Luego decidió cerrar la noche con su pizza de cada domingo que él preparaba como nadie. 

 

Como en sus días en la tierra, Rafael gritó de felicidad por Boca. Ahora desde su nueva casa. Pero con la misma alegría y pasión de siempre. 

 

sábado, 19 de diciembre de 2020

HISTORIAS DE INFANCIA: FORMULA 1

     

El ‘’boom’’ de la época. Con sólo decir que era más popular que el mismísimo fútbol. Cada domingo temprano a la mañana, los argentinos estábamos frente a ATC para ver al Lole Reutemann con su Williams blanco y verde número 5 corriendo con los monstruos de entonces, que empezamos a conocer al dedillo: Villeneuve, Prost, Laffitte, Piquet, Pironi, Arnoux y Alan Jones, a quien yo le tenía bronca porque a pesar de ser coequiper de Reutemann competía con él.

Además me sabía perfectamente los auspiciantes, colores, diseños y números de cada auto y mucho más. Y la euforia por la F-1 y las victorias del Lole llegaban a la gente no sólo por televisión: los autitos playeros y, sobre todo, los útiles escolares como los míos también estaban de moda. Encima después leía la Corsa y allí podía revivir todo. Una época que hizo época.

lunes, 14 de diciembre de 2020

MINI RALLY ARGENTINO 2020

Hace poco contamos que por el maldito coronavirus el rally mundial 2020 se había achicado tanto que de las 14 carreras de siempre cerró con siete su calendario. Pues bien, el rally de acá, el Argentino, consagró este domingo sus campeones con apenitas cinco pruebas, de las cuales las últimas cuatro fueron dos tandas en el mismo lugar, rarísimo pero ingenioso formato pandémico. Así, de aquel lejano Rally de Toledo (Córdoba) el 28 de febrero, se pasó a la doble fecha a fines de Noviembre en Balcarce, lugar no tan habitual para la disciplina, y a otra doble ahora en Córdoba, entre Villa Azul del Lago y Tanti. Y, había que pasar el invierno. Lástima para el gran rally nacional.


viernes, 11 de diciembre de 2020

MI ULTIMA TARDE EN LA SECUNDARIA...

Y aquella tarde soleada del 11 de diciembre DE 1990 terminé por fin el glorioso secundario en el Instituto Martín Güemes de mi Carapachay, cuatro días después de la fiesta de fin de curso, cuando a eso de las dos y media rendí solo en el aula las benditas rentas perpetuas de la densa Matemática financiera. La profesora Alicia se puso contenta y me felicitó. Y cuando llegué a casa, mi mamá exclamó ‘’!terminaste!’’. Después me fui a tomar naranja a la cocina, con la alegría de haberme sacado de encima esa dura etapa. Fue la última tarde de gloria del colegio para mí.

lunes, 7 de diciembre de 2020

A 30 AÑOS DEL FIN DE LA SECUNDARIA



Y llegó el gran día de la fiesta de graduación en el colegio secundario, el Instituto Martín Güemes de mi Carapachay, justo ese maratónico 7 de diciembre de 1990, que hice de todo y fui para todos lados. Todo lo comencé cuando a eso de las 8, tras volver de aprobar Inglés particular y de regalarle algo a mi profesora Cristina, me afeité, me bañé y me puse el traje de mi cuñado Pablo que ya me había probado. Y con la última luz solar fui en auto con mis padres.

Llegué y subí al aula , donde estaba la división reunida. Cuando entré, la preceptora Nancy y varios me saludaron y elogiaron mi traje. Me senté en el primer banco del medio delante de mis compañeros Leonardo Bienaszewski y Eleonora Sorzio que también alabó mi saco, mientras recibía una rosa de Nancy. Me parecía rarísimo todo: en mi banco, de noche, con traje... Luego salimos del aula y formamos para ir haciendo la bajada de la escalera; yo era uno del grupo del medio.

Y llegó la gran emoción. Cuando bajé vi todo el patio techado iluminado y lleno de gente, con un cartel con el slogan del curso ("Nunca la ausencia causa el olvido. Podremos no vernos, podremos no hablarnos, pero nunca olvidarnos") y sonorizado por la música que habíamos elegido. Me quedé a un costado y escuché los emotivos discursos de mis compañeros Fernando Solé y Roxana Spinelli, vestida de negro y que se quebró en lágrimas en su alocución. Y recibimos los diplomas de manos de la rectora, Susana Pasel; yo lo levanté en alto, con instinto futbolero, y fui ovacionado, es que según comentó mi mamá fui el único.

Y participamos de un ágape con bombones y copas, una de las cuales tiré sin querer a un mozo. Los inigualables mellizos Aldo y Roberto pozzi, otros dos amigazos de ese inolvidable quinto B, me convidaron un bombón, mi compañera Nancy Perrig (de vestido negro con lunares) me dio un gran beso y la mamá de Carla Salvetti, mi primer amor y otra gran compañera secundaria, hablaba con mi mamá de mis romances con ella. Y el cierre fue a todo dar cantando aquel loquísimo “Primer año qué bonito” con todo a pesar de las malas palabras en el patio descubierto; yo canté bien fuerte y mi divina amiga Gabriela Pérez se lo comentó a mi papá. “Con qué ganas lo cantó su hijo”, le decía.

Y tras saludar a la inefable Elsa Ramos ("la tía peluca", como era apodada), la profesora de Contabilidad y otras materias, me fui a casa. Cuando llegué a eso de las 11, sentí gran alivio del final de la jornada y cené una exquisita pizza mientras miraba Fútbol de Primera. Mi mamá se emocionó: “Vamos a estar en todas las etapas de tu vida”. Había terminado una jornada tan agotadora como inolvidable.

domingo, 6 de diciembre de 2020

AQUEL MARATONICO DIA DE GLORIA DE 1990

 

Este lunes  viviré un aniversario más especial que ninguno de este 2020. Se cumplirán 30 años de la fiesta de fin de la secundaria en el Instituto Martín Güemes de mi Carapachay. De una noche inolvidable de ese inolvidable 1990 de mis 17. Pero antes de esa noche hubo un día tan largo como hermoso de recordar.

 

Aquel 7 del 90 fue recordadísimo por lo maratónico y trascendente, en esa primera semana de mis grandes definiciones, ya que en el mismo día debía dar examen de mi quinto año de Inglés. Ese soleado y caluroso viernes arrancó saliendo en el Peugeot 505 a lo de mi abuela, allá en el centro, para estudiar para el oral. Allí estuve hasta las 5, cuando me fui con ella a rendir al Liceo Cultural Británico. Pero inesperadamente en el camino ella, que era modista, quiso visitar sederías por su trabajo. Y tuve que caminar con ella bajo el sol abrasador en plena Capital. Luego fui a dar y aprobé.

 

Pero la tensionante jornada no terminó allí: del centro me volví hasta casa para prepararme para la fiesta del Güemes. Primero le llevé un regalo a mi profesora particular Cristina por fin de Inglés; encima en el camino mi papá casi se toma a golpes de puño con un camionero que no le dejó paso. De vuelta me afeité, me bañé, me puse el traje que me habían prestado y viví la gloriosa fiesta. Cuando llegué a las 11 sentí gran alivio, me aflojé y cené una exquisita pizza mientras miraba Fútbol de Primera. Había terminado un día tan agotador como inolvidable.

 

 

 

 

 

viernes, 4 de diciembre de 2020

HISTORIAS DE INFANCIA: BAILE A LO TRAVOLTA

 

Aquella mañana en el anfiteatro del Colegio La Salle de Florida fue el recuerdo por excelencia del 78. Para el acto de fin de año, mis maestras jardineras del Mafalda Analía y Susana me designaron para bailar como el gran John travolta, el inefable protagonista de ‘’Fiebre de sábado por la noche’’ y con la gloriosa música de los Bee Gees, con temas como ‘’Staying alive’’ o ‘’Night fever’’ de fondo. Con ellas ensayé mil y una mañanas en el jardín, me ponía fastidioso por tener que hacerlo cada dos minutos, lo mismo que por ponerme las botitas que no me calzaban bien. En ese momento ni sabía para qué ni por qué lo hacía, pero escuchaba a cada rato un poco de Bee Gees en mis oídos.

 

Llegó por fin el soleado domingo 3 de diciembre. Todo empezó en el vestuario con Analía y Susana, que me ayudaron a cambiarme. Recuerdo que estaba en calzoncillo amarillo cuando mis maestras jardineras me pusieron el trajecito blanco que, lleno de lentejuelas, me pinchaba el cuerpo. Luego me ayudaron a subir al escenario de madera en un salón amplio, iluminado con luces de todo tipo y las famosas bolas de espejos, entonces de moda.

 

Y en ese majestuoso marco bailé y canté como el gran actor, una actuación memorable para los que la vieron, que fueron muchos y que estaban sentados cerca del escenario; desde ya, mi familia (con mis abuelos incluidos) en primera fila. Esa gran mañana fue el corolario de un año grandioso y que perduró a través de los años.