Quiero compartir con ustedes, como he hecho siempre, mis felicidades. Felicidad es que mis seres queridos, aunque no sean de sangre, me amen. Pasé espectacularmente mi cumpleaños número 46, el que por sexto año consecutivo decidí festejar. Porque el aniversario de un nacimiento cómo no se va a festejar.
Y tan grande la pasé que lo cuento en dos partes. Porque todo arrancó curiosamente el 1 de abril, ya que mis compañeros del glorioso Colegio San Antonio de Carapachay, mi primaria, me agasajaron con un suculento asado y sus accesorios de todo tipo. Eso para que el 2 a las 0 horas me cantaran el feliz cumpleaños. Así que ahí estuve yendo con el gran Germán Ruiz a la casa de la singular melliza María Eugenia Rossi y su familia, un departamento en Munro con terraza de aquéllas, en una noche fresquita y perfecta de abril. Y allí me dieron la sorpresa de ser ocho de los chicos, empezando por el parrillero de turno, el inigualable Andrés Kern. Es cierto que faltaron los ases Fernando Di Pietro y Daniel Luciani, pero igual fui superfeliz. Asado, charla, risas, diversión, un compañerismo que pese a los desencuentros que cada tanto tenemos sigue firme, como hace más de 40 años. Ese lazo invisible de amor que nos engancha a cada uno y nos ata a través del tiempo.
Y para coronarlo, pasadas las 12 brindamos, me saludaron, cantaron y ahí agarré mi guitarra, mi música que Dios me dio y zapamos un rato. Y para cerrar, qué: baile a toda cumbia, esa que nada me gusta, pero resulta que el tucumano Ruiz, convertido al cordobés con sus expresiones típicas y el cuarteto, se empecinó en enseñarme pasos cual coach de Bailando por un Sueño. Me resigné, bailé torpemente como acostumbro y terminamos cerca de las tres de la mañana el aperitivo perfecto para mi cumple. El de estar con ellos, los chicos del colegio, los del 79 al 85, los de la vida.
Diviértanse con el loco video del cumple con San Antonio:
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