Este viernes por la noche, mi eternamente glorioso Colegio San Antonio de Carapachay me regaló otro momento inolvidable en mi vida. Como hace 38 años, cuando esa tarde nublada del 79 empecé en primer grado, como en el 85 que egresé, como en el 95 cuando volví, como la mágica noche del reencuentro de 2005, el instituto privado de mi lugar volvió a ser protagonista, con una increíble reunión de ex alumnos, de una noche de gloria, de pura emoción, de recuerdo y presente. Y seguramente futuro.
Como viene ahciendo desde tiempo atrás, San Antonio organizó una reunión de egresados de sus primeras 20 promociones, desde 1966, la primera de su fundación en 1960, hasta 1986. Como mis compañeros y yo somos del 85, fuimos convocados gentilmente por la dirección. En realidad, yo me enteré al saludar a mi maestra Adriana en su día el pasado 11. Con mucha expectativa, aunque ya había ido y contacto a los chicos, fui de nuevo anoche, y mi primera emoción fue atravesar la avenida Independencia tan cara a mis afectos. Y ni hablar cuando a las 19.53 llegué a la puerta del colegio. Y ni hablar cuando minutos después se abrieron las puertas y fui el primero de mi clase en ingresar. Tras registrarme, me acompañaron al legendario patio de Gimnasia, ahí donde cerramos esa noche de noviembre del 85 la primaria, y me llevaron hasta una mesa reservada para cada promoción, que en verdad era uno de los pupitres de la época.
Pero el comienzo de la noche no fue entonces, sino que debí esperar hasta casi las 8 y media, mientras solo ahí me extasiaba con el imponente patio, parte de un modernísimo San Antonio de estos años, un orgullo más para nosotros. Las luces iluminaban apenas el rectangular espacio, que al final llenaron los chicos: Germán Ruiz con la melliza María Eugenia Rossi, y luego los demás encabezados por el loco hermoso de Fernando Di Pietro, con Daniel Luciani, Andrés Kern, Cristian Carabajal, Vanina Rossi, Silvia Belpoliti siempre con Ivana Mora, Flavia León y el encontrado Hernán Larrosa. Un éxito, porque a diferencia de otras reuniones previas que yo hice, como 2015 que fuimos seis, esta vez hubo 14, incluidos Diego Fernández y el personaje Roberto Ziolo que arribaron a casi el cierre. Hasta Darío Minetti, del 86, o el inigualable Rodolfo Lagos, del 84, casi amigos nuestros, se sumaron a las dos mesas juntas, lo mismo que Julieta, vecina y amiga de las Rossi.
Si bien todos nos hablamos, en algunos casos no nos veíamos desde años. Juntos como una familia que somos, un grupo lindo y unido a la vez, lo que no es fácil en este país, comimos empanadas, tomamos gaseosas y nos sacamos fotos, mientras no paramos de ponernos al día, los que tenemos contacto y los que no.
Pero el momento cumbre del viernes, encima día justo para este instante, fue cuando recorrimos las aulas. A eso de las 23 entramos a una sala del patio, antes iglesia del colegio y hoy secundario, para ver un espectacular y emotivo video alusivo. Y qué hablar cuando subimos la escalera de dos tramos, llegamos a la planta alta y al fin ingresamos en el aula de séptimo grado, el mismo lugar donde en noviembre del 85 cerramos por última vez nuestras mochilas. A todos nos embargó la locura, buscamos sentarnos en el banco donde lo hacíamos entonces, Ivana (la nena que me gustaba…) me contaba que estaban las ventanitas del lugar de la maestra como siempre. Me parecía estar leyendo nuestro Manual Kapelusz dividido en cuatro materias, leyendo la corteza terrestre, haciendo números binarios de Matemática con la eterna Patricia y demás.
De golpe, corte de luz. Como una película, tal vez para avisarnos que nos debíamos ir, tal vez porque Dios, el que conocimos allí mismo, nos hizo un guiño. Yo volaba, sólo lamentando que no fuera de día para sentir lo que en el 85, ese sol que inundaba el aula. Salimos, bajamos, abrazos, saludos, pase de información de contacto y el broche: los chicos decidieron una última foto posando exactamente igual que en la de séptimo B. Otra novela más dentro de esta novela de felicidad que es mi San Antonio. Un lugar que nos formó para la eternidad nos sigue dando su vida. Como en este viernes de gloria.