Después de larga espera, dos inusuales meses de receso, este fin de semana volvió el fútbol argentino oficial con otro torneo raro, el Transición 2016, otro acomodo de apuro con sólo 16 fechas en 114 días, 30 equipos y un descenso para continuar el ridículo acomodo de menos conjuntos en Primera, tras el no menos ridículo conglomerado de 2015. Con dos zonas de 15 y una jornada de interzonales (clásicos), nuestro golpeadísimo fútbol vuelve a rodar. Y con la pelota, el caótico folklore de todos los días y años: jugadores que recién se ponen a punto, refuerzos que esperan papeles para debutar, encuentros mediocres, presiones injustificables por ganar todo el tiempo. Pero ahora venimos con la novedad, nefasta por cierto, de la violencia de futbolistas. Porque antes, la también injustificable violencia era propiedad de los hinchas, especialmente de las ya poderosas barras bravas. Pero después de las varias locuras del verano de entrenamiento, el panorama pasó a preocupar más de lo pensado.
Al juego fuerte y a veces desleal ya habitual, ahora parecen estar de moda las grescas sobre el campo, como si fueran niños peleándose en una vereda o en una playa. La pésima entendida garra, la que hay que poner con la pelota en los pies, se puso de manifiesto en varios cotejos veraniegos que supuestamente eran para estirar músculos, tomar ritmo futbolístico y agregarle placer a las vacaciones de los turistas. Lo sucedido en el Boca-River marplatense y sobre todo en Estudiantes-Gimnasia, probablemente la mayor locura histórica que se recuerde en un verano, encendió alarma de preocupación y alerta tal que llegó a las tapas de los diarios y al mismo Gobierno que está luchando esforzadamente contra la violencia de afuera. Pero las duras sanciones a los mal educados del domingo pasado no alcanzan para cambiar un clima tenso cada vez más creciente. Con la vuelta del fútbol, las presiones por ganar a toda costa, por ser campeón o evitar el descenso, histeria avalada y a veces alimentada por la prensa, puede retornar el lío. Que ya no es sólo de las tribunas, ahora también es de esos jugadores que se autoapodan “machos” y que de eso no demuestran nada. Ojalá sólo debamos trabajar sobre cuestiones de la pelota, porque para los puños existe el boxeo. El fútbol es para los vivos, dice el dicho futbolero, pero los vivos de cabeza y pies, que esperemos predominen.
Bienvenidos a Así Es La Vida, un blog de todo un poco, una charla con un amigo, sin tiempo ni espacio, sin intereses, sin estructuras. El caminar de un ciudadano por la vida. Dedicado a mi madre Anita.
sábado, 6 de febrero de 2016
jueves, 4 de febrero de 2016
MI ÚNICO VIAJE EN AVIÓN
Treinta años atrás, en el verano de 1986, hice mi hasta ahora único viaje en avión. No fue de Buenos Aires a París o Roma, tampoco al Caribe, sino uno de emergencia de vuelta a Baires debido a que mi madre Anita estaba con un problema de salud que detallo abajo. Yo le tenía un miedo tremendo a los aviones, pero tuve que ir igual; sin embargo, me lo tomé con tranquilidad y hasta fue una experiencia fascinante, toda una aventura de verano. Aquí el recuerdo.
Todo iba bien esos días. Pero de repente se complicó. Una noche en casa, a fines de ese enero, mi mamá se sintió mal, con alta fiebre; al parecer la había picado un insecto. Y entonces debimos cortar abruptamente las vacaciones y volver lo más rápido posible a Buenos Aires. Para eso viajamos en... AVION. Sí, yo también tenía que ir en ese temido medio por primera vez en mi vida...
Y así fue. Esa calurosa y soleada tarde de febrero fuimos en micro al aeródromo de Villa Gesell, y tras tomar algo en la confitería, salimos a las 4. Mi susto era grande cuando subí, y ni hablar cuando el avión carreteó y empezó a tomar vuelo. Me agarré de la mano de Fabián, sentado a mi lado, mientras masticaba fuerte un caramelo para que no se me taparan los oídos con la presión atmosférica. Por suerte me relajé y tomé naranja en el refrigerado ambiente; miraba con gran curiosidad el paisaje desde la altura y la ventanilla, de la que me explicaban por qué era hermética. Y una azafata decía en español e inglés: “En 35 minutos estamos en Buenos Aires...”.
Y llegamos nomás a Aeroparque, donde nos recibió mi papá; de allí fuimos a cenar a La Barra Costa Norte, ya que no había comida en casa. Así fue mi primera e increíble aventura en avión. Y así , también, el final de ese verano.
Todo iba bien esos días. Pero de repente se complicó. Una noche en casa, a fines de ese enero, mi mamá se sintió mal, con alta fiebre; al parecer la había picado un insecto. Y entonces debimos cortar abruptamente las vacaciones y volver lo más rápido posible a Buenos Aires. Para eso viajamos en... AVION. Sí, yo también tenía que ir en ese temido medio por primera vez en mi vida...
Y así fue. Esa calurosa y soleada tarde de febrero fuimos en micro al aeródromo de Villa Gesell, y tras tomar algo en la confitería, salimos a las 4. Mi susto era grande cuando subí, y ni hablar cuando el avión carreteó y empezó a tomar vuelo. Me agarré de la mano de Fabián, sentado a mi lado, mientras masticaba fuerte un caramelo para que no se me taparan los oídos con la presión atmosférica. Por suerte me relajé y tomé naranja en el refrigerado ambiente; miraba con gran curiosidad el paisaje desde la altura y la ventanilla, de la que me explicaban por qué era hermética. Y una azafata decía en español e inglés: “En 35 minutos estamos en Buenos Aires...”.
Y llegamos nomás a Aeroparque, donde nos recibió mi papá; de allí fuimos a cenar a La Barra Costa Norte, ya que no había comida en casa. Así fue mi primera e increíble aventura en avión. Y así , también, el final de ese verano.
miércoles, 3 de febrero de 2016
LOS PEQUEÑOS ENCANTOS DE LA PLAYA
Ya que estamos en la playa, si duda el lugar epicentro de un verano de puro sol y calor, hablemos de pequeños tesoros que uno recoge en su andar diario por la inmensidad de arena y agua. Quizá esperan que escriba de mujeres, y sí, son tesoros, no lo niego, pero hay otras cositas a las que me refiero, y que no son necesariamente deportes o paseos superorganizados.
Caminar descalzo en la playa o fuera de ella por calles de arena que la rodean, hacer trote en los médanos, zona ideal para un asoleo íntimo o romántico, o simplemente para descansar lejos del bullicio playero. Caminar, también, por las primeras aguas del mar, lo que es muy buena gimnasia ya que uno tiene las olas y el agua marina como escollo de sus piernas y tiene que moverse con fuerza para ir derecho. Barrenar, como dije, es bárbaro y una forma genial de bañarse. Pisar las conchillas, caminar por la arena mojada y ensuciarse los pies de ella en la orilla, y luego enjuagarse los mismos con el agua marina. Claro que ver el paisaje, aunque mucho más estático, también es un gran momento para la mente. Tomar sol escuchando radio o alguna música veraniega con los murmullos playeros de fondo. Esas caminatas largas al atardecer, cuando uno debe ponerse aunque sea una remera para que el viento no lo enfríe, y pasear hasta varios kilómetros y volver. Los muelles por donde uno avista toda la playa y el mar, otro lindo paseo que yo disfruté en mi juventud. El buscar almejas, los juegos ya descriptos, el viento fuerte, el suave, poner la sombrilla inclinada para guarecerse de una fuerte corriente, la marea baja, el sol fuerte, el sol tibio, las nubes, hasta la misma lluvia. El cielo azul sólo cortado por pájaros o esos parapentes multicolores. Las olas que a uno lo revolean para todos lados y por qué no el agua salina que es buena para el organismo, dicen. La playa tiene muchos más encantos escondidos de lo que muchos creen. Sólo hay que descubrirlos.
Caminar descalzo en la playa o fuera de ella por calles de arena que la rodean, hacer trote en los médanos, zona ideal para un asoleo íntimo o romántico, o simplemente para descansar lejos del bullicio playero. Caminar, también, por las primeras aguas del mar, lo que es muy buena gimnasia ya que uno tiene las olas y el agua marina como escollo de sus piernas y tiene que moverse con fuerza para ir derecho. Barrenar, como dije, es bárbaro y una forma genial de bañarse. Pisar las conchillas, caminar por la arena mojada y ensuciarse los pies de ella en la orilla, y luego enjuagarse los mismos con el agua marina. Claro que ver el paisaje, aunque mucho más estático, también es un gran momento para la mente. Tomar sol escuchando radio o alguna música veraniega con los murmullos playeros de fondo. Esas caminatas largas al atardecer, cuando uno debe ponerse aunque sea una remera para que el viento no lo enfríe, y pasear hasta varios kilómetros y volver. Los muelles por donde uno avista toda la playa y el mar, otro lindo paseo que yo disfruté en mi juventud. El buscar almejas, los juegos ya descriptos, el viento fuerte, el suave, poner la sombrilla inclinada para guarecerse de una fuerte corriente, la marea baja, el sol fuerte, el sol tibio, las nubes, hasta la misma lluvia. El cielo azul sólo cortado por pájaros o esos parapentes multicolores. Las olas que a uno lo revolean para todos lados y por qué no el agua salina que es buena para el organismo, dicen. La playa tiene muchos más encantos escondidos de lo que muchos creen. Sólo hay que descubrirlos.
DEPORTE EN LA ARENA
Mientras disfruto de este verano 2016, quiero recordar momentos y tradiciones de este tiempo mágico. Uno de ellos es practicar deportes en la playa, no sólo en el mar (como se suele pensar si se habla de deportes estivales al aire libre) sino también sobre la arena. Cuántas mañanas y tardes he y hemos pasado jugando desde los más típicos fútbol, tenis o vóley (sinónimos de playa) hasta juegos más sencillos u hogareños como el tejo, las carreras de autos o el “hoyo” en mi caso, una especie de golf playero. No sólo daba gusto jugar, también “construir” las canchas demarcando con el pie las líneas de juego. Las paletas de madera, las pelotas coloridas de plástico o los juguetes de niños han formado parte indisoluble de nuestras vacaciones, sin tener que pagar costo adicional como otras diversiones. Y sin límite de tiempo ni horario, salvo que la romántica lluvia playera nos haga salir corriendo o refugiarnos en la carpa. Y en el mar, el barrenador de telgopor, simple y práctico, fue y es el compañero justo de días y tardes de baño. No viene nada mal, en este tiempo hipertecnológico, recordar y traer al presente aquellas tradiciones y elementos que nos acompañaron y acompañan en nuestro caminar por cada verano.
domingo, 31 de enero de 2016
CUENTO FANTÁSTICO DE VERANO: UNA MUJER CONTRA TODOS
Fue un verano como cualquiera, en esa belleza llamada Santa Lucía del Mar, a más de 200 km de Ciudad Luz. Hasta sus paradisíacas playas llegaron ese grupo de amigos para pasar unas vacaciones como cualquier alma que busca reponer energías del cuerpo. Y también, claro, del alma. Uno de ellos, Diego, estaba mal de ánimo por esos días tras una nefasta experiencia de amores, la cual trataba de superar apoyado en las lindas vivencias con sus amigos. Como ese día de pleno sol en la playa Las Rocas, donde la naturaleza esplendorosa le hacía bien y se mezclaba con la compañía de los chicos. Pero ellos eran muy locos, les gustaba la superaventura y en alguún caso hasta se pasaban del límite. Diego no aceptaba esa vida, era diferente a los demás en su forma de vivir. Eso también a veces lo alejaba de ellos, por eso también se sentía apenado.
Tras ese intenso día de playa, con mar, fútbol, pesca y caminata del grupo, todos se iban a volver a la casa que ocupaban para esperar la noche, un atractivo importante en Santa Lucía. Diego estaba solitario, ensimismado en sus pensamientos, y en un momento le volvió la tristeza a la cara. Fue entonces que una jovencita rubia se acercó a él preguntándole si le pasaba algo. “No, nada, nada”, respondió con timidez. Como ella insistió, él se quebró y le contó de sus dolores. La joven quedó conmovida y le dijo que ella también había tenido una relación muy mala y que acababa de romperla. Mientras el viento de las 7 arreciaba en Las Rocas y la charla empezaba a ser más amigable, uno de los chicos lo llamó impertinentemente: “Diego, dejá las minitas y dale que nos vamos, man”. El chico se sintió avergonzado, una vez más expuesto al loco modo de los otros, y tras despedirse de la chica con timidez se fue con ellos. “¿Qué pasa pibe, te enganchaste una minita?”, se le reía uno. Diego frunció el ceño y no le hizo caso, molesto por su pena y porque le habían frustrado uno de los pocos momentos de alegría que tenía. Mal predispuesto y con bronca, volvió a la casa, pero no habló ahí ni tampoco cuando el grupo se juntó, ya cambiado, para salir a disfrutar la vida nocturna de Santa Lucía. Y menos cuando todos se reunieron en el bar Las Perlas a cenar. Él sólo comía y miraba a su alrededor sin decir palabra, sólo pensaba en su pena y en esa joven, lamentando no haberle preguntado ni su nombre.
De pronto, Diego se fue a otra mesa, molesto porque nadie le hablaba, otro golpe en su alma. Una camarera lo atendió y él pidió un café simple. Mientras tomaba el café y miraba con melancolía el mar con la noche estrellada de fondo, una bellísima vista de Santa Lucía, de repente sintió que alguien le tocaba suave la espalda. Giró apensa el cuerpo y vio a la jovencita con quien charló al atardecer en Las Rocas, y que desde ese momento había ocupado su mente. Muy bonita, con un vestido blanco con flores y su largo cabello húmedo, ella se sentó a su lado y, muy amigablemente, le empezó a charlar y a preguntar más sobre él. Diego, entusiasmado, recuperó la alegría y al mismo tiempo lagrimeó, siempre con contrastes. La preciosa chica lo consoló y lo invitó con otro café con unas deliciosas masas. Los dos disfrutaron el menú y Diego se dispuso a pagar. Sin embargo, la jovencita lo frenó y le dijo que ella pagaría, lo que hizo enseguida. “Quedate tranquilo, no tengo ningún problema en invitarte, me encanta la gente agradable como vos”, le susurró con su dulce voz. Diego se puso muy feliz, volvió a su alegre modo de ser y se quedó catuivado por la rubia, con quien charló largo rato. Cuando uno de sus amigos fue a avisarle que se iban, Diego dijo que estaba enojado con ellos y no volvería. La chica intercedió y se ofreció: “Dejen chicos, yo me quedo con él”, evidentemente enamorada de él. Pasó la noche, la madrugada y ella lo acompañó a su caasa por la noche silenciosa de Santa Lucía. Al llegar, y atrapado por la dulzura de la mujer, Diego salió de su alma tímida y se animó a decir dulcemente: “Gracias amor, nunca había visto una chica tan dulce como vos”. La joven se sonrió y, atrapada por él y por su forma de ser, le pidió un beso. Él asintió pensando en un beso normal, pero ella lo besó suavemente en la boca. “Perdón, es que me enamoré de vos”, le dijo haciéndolo temblar. Al notarlo así, le tocóel hombro y lo tranquilizó: “No te preocupes, no tenés que amarme ni nada, sólo quise decirte lo que siento”. Diego no se quedó y arreglaron para verse. Por una vez, Dios le había dado una mano a su alma. Ella le pasó su nombre, teléfono y dirección y quedaron en verse al día siguiente.
La chica, llamada Priscilla, era distinta a las locas mujeres que invaden cada verano Santa Lucía con sus minifaldas, sus locuras y sus gritos. Ella era correcta, tranquila, dulce, derecha, amorosa. La persona que Diego buscaba. Y él creyó que había encontrado el sol en su alma. Pero sus amigos se opusieron a que él saliera con ella. “Qué, ¿ahora te vas con la mina y nos dejás en banda?” “No seas boludo, esa mina no sirve, no te va a dar sexo, ahora te quiere y después te larga”, le espetó otro cruelmente. Diego, pasional y herido de antemano, no le contestó y cada vez más se apartó del grupo. Los demás lo siguieron tirando abajo con sus ilusiones, pero él estaba convencido de que Priscilla era la persona que él necesitaba. Y cuanto más sus amigos le estaban en contra, él más quería estar con ella. Tuvo peleas con un par de los chicos, los demás se aliaron con éstos y lo dejaron de costado más de lo que ya lo habían hecho.
Diego se puso triste otra vez. Tenía que optar entre sus amigos o una mujer que, si bien buena, era desconocida y no sabía para dónde podía ir. Mientras tanto, los otros seguían en sus locuras, su música a todo volumen, su alcohol y su vida agitada. De pronto sonó su celular, atendió sin muchas ganas y se sintió muy bien cuando la voz de Priscilla lo llamaba. “Dieguito, te paso a buscar y nos vamos a pasear esta noche, ¿Querés?” Por supuesto dijo que sí. Y tras otro intenso día de playa y sol, se vistió muy bien y se fue con Priscilla. Pasearon, cenaron y consolidaron su flamante noviazgo. Pero él tenía una inquietud: “Mis amigos no te quieren”, dijo muy triste. Priscilla, muy dulce, lo acarició y le dijo: “Amor, si vos me amás nada importa”. “Sí, claro que sí, nunca vi una chica como vos”, repitió sincero. La joven le tomó la mano y lo besó en la boca suavemente, y él la besó con amor. Justo aparecieron un par de sus amigos y le dijeron desubicadamente “esa mina no te da sexo, largá hermano”. Diego no se inmutó por el lenguaje y las locuras de ellos y siguió al lado de Priscilla. Y juntos pasaron el verano en la dulce Santa Lucía del Mar, amándose y disfrutando su amor. Los demás siguieron su vida, lo apartaron pero también sufrieron problemas con otras mujeres y hasta uno fue demorado por un incidente en una discoteca. El verdadero amor había triunfado. El alma pura de Diego y de Priscilla, era mucho más fuerte e importante que la vida loca del mundo. Y así los dos vivieron un verano de real ensueño.
Tras ese intenso día de playa, con mar, fútbol, pesca y caminata del grupo, todos se iban a volver a la casa que ocupaban para esperar la noche, un atractivo importante en Santa Lucía. Diego estaba solitario, ensimismado en sus pensamientos, y en un momento le volvió la tristeza a la cara. Fue entonces que una jovencita rubia se acercó a él preguntándole si le pasaba algo. “No, nada, nada”, respondió con timidez. Como ella insistió, él se quebró y le contó de sus dolores. La joven quedó conmovida y le dijo que ella también había tenido una relación muy mala y que acababa de romperla. Mientras el viento de las 7 arreciaba en Las Rocas y la charla empezaba a ser más amigable, uno de los chicos lo llamó impertinentemente: “Diego, dejá las minitas y dale que nos vamos, man”. El chico se sintió avergonzado, una vez más expuesto al loco modo de los otros, y tras despedirse de la chica con timidez se fue con ellos. “¿Qué pasa pibe, te enganchaste una minita?”, se le reía uno. Diego frunció el ceño y no le hizo caso, molesto por su pena y porque le habían frustrado uno de los pocos momentos de alegría que tenía. Mal predispuesto y con bronca, volvió a la casa, pero no habló ahí ni tampoco cuando el grupo se juntó, ya cambiado, para salir a disfrutar la vida nocturna de Santa Lucía. Y menos cuando todos se reunieron en el bar Las Perlas a cenar. Él sólo comía y miraba a su alrededor sin decir palabra, sólo pensaba en su pena y en esa joven, lamentando no haberle preguntado ni su nombre.
De pronto, Diego se fue a otra mesa, molesto porque nadie le hablaba, otro golpe en su alma. Una camarera lo atendió y él pidió un café simple. Mientras tomaba el café y miraba con melancolía el mar con la noche estrellada de fondo, una bellísima vista de Santa Lucía, de repente sintió que alguien le tocaba suave la espalda. Giró apensa el cuerpo y vio a la jovencita con quien charló al atardecer en Las Rocas, y que desde ese momento había ocupado su mente. Muy bonita, con un vestido blanco con flores y su largo cabello húmedo, ella se sentó a su lado y, muy amigablemente, le empezó a charlar y a preguntar más sobre él. Diego, entusiasmado, recuperó la alegría y al mismo tiempo lagrimeó, siempre con contrastes. La preciosa chica lo consoló y lo invitó con otro café con unas deliciosas masas. Los dos disfrutaron el menú y Diego se dispuso a pagar. Sin embargo, la jovencita lo frenó y le dijo que ella pagaría, lo que hizo enseguida. “Quedate tranquilo, no tengo ningún problema en invitarte, me encanta la gente agradable como vos”, le susurró con su dulce voz. Diego se puso muy feliz, volvió a su alegre modo de ser y se quedó catuivado por la rubia, con quien charló largo rato. Cuando uno de sus amigos fue a avisarle que se iban, Diego dijo que estaba enojado con ellos y no volvería. La chica intercedió y se ofreció: “Dejen chicos, yo me quedo con él”, evidentemente enamorada de él. Pasó la noche, la madrugada y ella lo acompañó a su caasa por la noche silenciosa de Santa Lucía. Al llegar, y atrapado por la dulzura de la mujer, Diego salió de su alma tímida y se animó a decir dulcemente: “Gracias amor, nunca había visto una chica tan dulce como vos”. La joven se sonrió y, atrapada por él y por su forma de ser, le pidió un beso. Él asintió pensando en un beso normal, pero ella lo besó suavemente en la boca. “Perdón, es que me enamoré de vos”, le dijo haciéndolo temblar. Al notarlo así, le tocóel hombro y lo tranquilizó: “No te preocupes, no tenés que amarme ni nada, sólo quise decirte lo que siento”. Diego no se quedó y arreglaron para verse. Por una vez, Dios le había dado una mano a su alma. Ella le pasó su nombre, teléfono y dirección y quedaron en verse al día siguiente.
La chica, llamada Priscilla, era distinta a las locas mujeres que invaden cada verano Santa Lucía con sus minifaldas, sus locuras y sus gritos. Ella era correcta, tranquila, dulce, derecha, amorosa. La persona que Diego buscaba. Y él creyó que había encontrado el sol en su alma. Pero sus amigos se opusieron a que él saliera con ella. “Qué, ¿ahora te vas con la mina y nos dejás en banda?” “No seas boludo, esa mina no sirve, no te va a dar sexo, ahora te quiere y después te larga”, le espetó otro cruelmente. Diego, pasional y herido de antemano, no le contestó y cada vez más se apartó del grupo. Los demás lo siguieron tirando abajo con sus ilusiones, pero él estaba convencido de que Priscilla era la persona que él necesitaba. Y cuanto más sus amigos le estaban en contra, él más quería estar con ella. Tuvo peleas con un par de los chicos, los demás se aliaron con éstos y lo dejaron de costado más de lo que ya lo habían hecho.
Diego se puso triste otra vez. Tenía que optar entre sus amigos o una mujer que, si bien buena, era desconocida y no sabía para dónde podía ir. Mientras tanto, los otros seguían en sus locuras, su música a todo volumen, su alcohol y su vida agitada. De pronto sonó su celular, atendió sin muchas ganas y se sintió muy bien cuando la voz de Priscilla lo llamaba. “Dieguito, te paso a buscar y nos vamos a pasear esta noche, ¿Querés?” Por supuesto dijo que sí. Y tras otro intenso día de playa y sol, se vistió muy bien y se fue con Priscilla. Pasearon, cenaron y consolidaron su flamante noviazgo. Pero él tenía una inquietud: “Mis amigos no te quieren”, dijo muy triste. Priscilla, muy dulce, lo acarició y le dijo: “Amor, si vos me amás nada importa”. “Sí, claro que sí, nunca vi una chica como vos”, repitió sincero. La joven le tomó la mano y lo besó en la boca suavemente, y él la besó con amor. Justo aparecieron un par de sus amigos y le dijeron desubicadamente “esa mina no te da sexo, largá hermano”. Diego no se inmutó por el lenguaje y las locuras de ellos y siguió al lado de Priscilla. Y juntos pasaron el verano en la dulce Santa Lucía del Mar, amándose y disfrutando su amor. Los demás siguieron su vida, lo apartaron pero también sufrieron problemas con otras mujeres y hasta uno fue demorado por un incidente en una discoteca. El verdadero amor había triunfado. El alma pura de Diego y de Priscilla, era mucho más fuerte e importante que la vida loca del mundo. Y así los dos vivieron un verano de real ensueño.
jueves, 28 de enero de 2016
A 30 AÑOS DEL CHALLENGER
Hoy se cumplen 30 años de la explosión del transbordador espacial Challenger, que colapsó un minuto después de su lanzamiento desde el Centro Espacial Kennegy de Estados Unidos y donde no hubo sobrevivientes. Recuerdo que yo pasaba mis vacaciones placenteras en Pinamar cuando, leyendo el diario como cada mañana antes de ir a la playa, me enteré de la impactante noticia. La negligencia de la NASA en la falta de control de cierttas partes del transbordador y haber desoído recomendaciones de seguridad fueron las principales culpables de un hecho tan penoso como trascendente. Tras el accidente se suspendieron todos los vuelos y misiones espaciales. El recuerdo para esos aventureros que, como dijo luego el presidente Ronald Reagan, querían ver la cara a Dios.
martes, 26 de enero de 2016
la abuela ana, una grande del verano
Como siempre, Así Es La Vida recuerda esas almas buenas, esa gente sana que no está pero que está igual. Mi abuela Ana, madre de mi mamá Anita, a quien todos llamamos “la lela”, cumpliría hoy 97 años. Recuerdo aquel 26 de enero del 89 que la saludé en el famoso y glorioso departamento de Pinamar y la cena en el clásico Il Garda. Y así como ése, compartimos tantos veranos y tantas aventuras y desventuras también, pero al fin y al cabo parte de una persona llena de vida que me dejó su hermosa alma. Así que en medio de cada verano, siempre la veo con sus mallas coloridas paseando por el muelle de Pinamar o haciendo algún almuerzo en la cocinita del Bosque II. Un gran alma, un ángel del verano.
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