Sigo con aniversarios y homenajes, y hoy con uno muy especial, el hecho más trascendente de mi 1998. Aquel 20 de noviembre al atardecer, en el Peugeot 505 de la empresa local Pat Express, tomé la ruta 9 rumbo a una aventura histórica: ir a la casa de mi amiga Daniela en Rosario, paciente de mi oftalmóloga por entonces, la Dra. Damel. Sería un inédito grande para mi vivir tranquilo de ese tiempo. La emoción empezó cuando casi a las 9 menos cuarto transitaba los últimos kilómetros, me palpitaba el pecho. Y desde ese viernes a las 9, cuando llegué, viví momentos gloriosos con ella y su familia. Esa noche cené y tras una larga charla nos fuimos a dormir muy tarde.
El sábado fue el gran día. A la mañana paseamos haciendo compras por un barrio hermoso, limpio y tranquilo, bien de pueblo. Luego el almuerzo, la siesta y a las 6, fuimos a la iglesia San Antonio de Padua, ocasión histórica porque visité por primera vez a Dios desde aquella de mi parroquia Sagrada Familia de Carapachay, del 83; allí me emocioné hasta llorar. Y lo mejor fue la noche: un rato en el kiosco de su amiga Nancy, la cena con Central-Boca del Apertura 98 y a las 12, fui con las dos a bailar a La Boite, donde la pasé bárbaro hasta la salida del sol.
Y el domingo pasé el día en aquel increíble campo de la familia, en esa casita a medio terminar, con un gran asado y luego escuchando fútbol sentado en una reposera a la sombra, disfrutando del verde y la tranquilidad. Después fue turno del mate, y nos volvimos mirando cómo se iba la tarde y las luces del aeropuerto de Fisherton que se veían a unas cuadras. Un fin de semana con una familia desconocida que me trató como a un hijo. Uno de los recuerdos más grandiosos de mi vida.
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