Un gran contenido del año que aprendí en el secundario, que me interesaba y gustaba pero me costó mucho; me llevó tiempo la escritura al tacto, saber poner la hoja en la máquina o los distintos espaciados. Y al principio me salía pésimo. Pero fui mejorando en esos ejercicios donde debíamos copiar del libro apaisado azul palabras o frases repetidas. Todo en otro nuevo lugar, el cuarto de máquinas del patio al aire libre (donde se daba Computación), provisto de las muy flojas Remington y al que íbamos en dos tandas por orden alfabético; una mitad iba y la otra tenía hora libre.
Máquina en casa
También hacía los ejercicios en casa con la famosa Brother 210 portátil del local de mis padres de la calle Ecuador, en Capital, en esas noches que a veces me quedaba hasta tarde. Algunos eran tan largos que de tanto darle a las duras teclas me dolía la espalda y terminaba agotado.
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