Había jugado para ganar, más aún, para golear a este igualmente discreto Islandia. Pero Argentina arrancó su ilusión de un título mundial tras 32 años con un empate inaceptable para su jerarquía. Un empate que fue reflejo de sus errores habituales: mala defensa y los fallos de su principal artífice, Lionel Messi.
En general se hizo un buen partido, pero los pecados que la Selección arrastra desde años fueron los que lograron este 1-1. Mala defensa, que entre un arquero suplente en el Chelsea como Caballero y un grupo flojo propician alguna llegada aislada del rival, y más aún, le dan a ese rival mediocre un gol cuando se estaba en ventaja. Errores de salida, el guardameta inseguro, los defensores ganables.
Y Messi. Sí, el as de la Selección, la razón de ser de la búsqueda del tricampeonato. "Sin Messi no somos nada" o "si llegamos lejos es por Messi" suelen rezar los pasionales hinchas argentinos. Ese Messsi, superultrafigura en el Barcelona, falla en los instantes necesarios, juega lejos, quiere gambetear al mundo entero, ejecuta mal los tiros libres, su gran fuerte. Encima tira mal un penal, como contra Chile en la Copa América Centenario, para poder vencer un partido tan trabado. Eso, por supuesto, no olvida sus enormes condiciones, pero tampoco sus pecados antiguos. Siempre en finales con su país termina siendo el villano antes que el esperado héroe.
No es cuestión de pegarle a la Selección o a Messi porque sí, el 1-1 no olvida que Argentina mereció ganar. Pero hay que hacer las cosas como Dios manda. SI Dios manda poner a Pavón, si Dios manda poner a Armani, ajustar la defensa, dejar de insistir con nombres europeos y darle lugar a este genial Meza, hay que hacerle caso. Pero si se sigue pecando con lo mismo de siempre, el futuro que sigue abierto se va a complicar.
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