Uno de los sueños de la FIFA en su afán de expansión del fútbol fue hacer un Mundial en África. Ya designadas las sedes del 94, 98, 2002 y 2006, en 2001
el entonces presidente Joseph Blatter anunció que en efecto el continente negro sería el hogar de la Copa. El elegido fue Sudáfrica, ese país de racismo
y dolor que ahora era libre. Y en ese histórico sitio, el campeón fue un inédito. España, que ya insinuaba querer la gloria desde hacía rato, alcanzó por
fin su sueño.
En 2004, Sudáfrica y de nuevo Marruecos se batieron a duelo por la sede, que finalmente fue a la nación de Nelson Mandela, resurgida deportivamente tras
la abolición del apartheid, la triste segregación racial que lo dominó por décadas. Había vuelto a competir en el fútbol en 1992, jugado dos Mundiales
y ganado uno de rugby, su otra gran pasión, en 1995. Pero salieron contratiempos en obras de estadios y estructura que hicieron dudar de su realización,
hasta que en 2008 la FIFA lo ratificó. Con la selección de los “Bafana-Bafana”, además, serían seis los países africanos en la cita por primera vez, sumando
los cinco clasificados de la fase previa. Una fiesta que no era sólo de la región, alcanzaba a 204 naciones, récord para las eliminatorias, de las que
saldrían 31, entre ellos el campeón Italia.
La ruta al exótico nuevo sitio no tuvo tantas sorpresas, pero sí un montón de retornos. Dinamarca, Grecia, Eslovenia, Chile, Uruguay de nuevo en repechaje,
Honduras, los ausentes en 2006 Camerún y Nigeria, Argelia, Corea del Norte tras su rato de fama en el 66 sobre los italianos. En Europa, Eslovaquia y Serbia
debutaban, en tanto Rusia era el único importante afuera, luego de su gran Eurocopa de 2008. Portugal y Francia, subcampeón 2006, se metían por repechaje,
los galos con escandaloso gol con la mano. Mientras Brasil ganaba la parte sudamericana, la Argentina del Diego Maradona técnico vivió una clasificación
angustiosa con el agónico gol de Palermo a Perú y el triunfo en Montevideo sobre la celeste. Y Oceanía volvía a tener un representante propio, gracias
a que Nueva Zelanda llegaba a su segundo pase en repesca sobre Bahrein.
El 11 de junio de 2010 fue un día marcado en rojo en la historia mundialista, cuando la pelota rodó por primera vez en África. Con la estridente música
de las vuvuzelas de fondo, la Sudáfrica de Carlos Parreira, el brasileño en otra nueva experiencia, abrió el torneo en el espectacular estadio Soccer City
de Johannesburgo ante México con un empate a un gol. En esta zona A, sin embargo, los protagonistas fueron los otros dos: Uruguay, que con un 0-0 con Francia
y dos triunfos obtenía el grupo tras mucho tiempo, empezando un camino insospechado de éxito. Y los franceses, pero por su mala imagen, eliminados y con
explosivos líos internos, como que el técnico Domenech ponía o sacaba jugadores según su signo. Igual que Uruguay, Argentina y Brasil eran primeros, la
Selección con un andar perfecto que luego no sería tanto, y el “scratch” con Dunga, que pasaría una campaña similar. Los europeos también tenían lo suyo:
Inglaterra, Alemania, Holanda y España avanzaban a los octavos aún con alguna sorpresa, como el triunfo de Suiza sobre los españoles, reyes continentales,
que luego se encaminaron, escoltados por el Chile de Marcelo Bielsa. Paraguay cumplía venciendo su zona, donde se produjo el otro golpe de la primera ronda
cuando Eslovaquia le ganaba al campeón Italia y lo mandaba a casa. Por su parte, sorpresivos se unían a los grandes: Corea del Sur segundo de Argentina,
Ghana y Japón.
La fase de eliminación directa dio para todo, especialmente los errores arbitrales reiterados, a pesar de los esfuerzos de la FIFA. En estos octavos de
final, se dieron el gol inglés de Frank Lampard contra Alemania no convalidado, que ayudó al 4-1 germano, y el de Carlos Tévez en offside que hizo posible
que Argentina volviera a dejar sin quinto partido a México. Holanda terminó con la aventura eslovaca, Brasil con la de Bielsa y Ghana alcanzaba los cuartos
de final para África por tercera vez. Y los últimos dos encuentros fueron recordables: Paraguay llegaba a los ocho mejores sobre un heroico Japón por penales,
y España dejaba atrás a Portugal y a Cristiano Ronaldo, con polémico arbitraje de otro referente argentino, Héctor Baldassi.
Argentina y Brasil iban por alcanzar de nuevo puestos importantes en un Mundial. Pero se quedaron de a pie antes, con sendas flojas actuaciones. La Selección
cayó estrepitosamente 0-4 con la habilidad e inteligencia de Alemania, y Maradona se iba del banco con una famosa frase: “Es como una trompada de Mohammad
Alí”. Brasil se puso arriba con Holanda, pero un tal Felipe Melo arruinó todo con un autogol y su expulsión, y la naranja de Sneijder y Robben regresó
a las semifinales. Y mientras Argentina y Brasil se despedían, Uruguay emocionaba llegando a los cuatro mejores luego de 40 años, al ganarle a Ghana un
partido a lo Uruguay: 1-1 tras desventaja, alargue, expulsión de Luis Suárez y penal de los africanos errado en el minuto 120, y triunfo celeste por penales
con el protagonismo del arquero Néstor Muslera. Y España confirmó los pronósticos en ajustado 1-0 sobre Paraguay.
El once de Oscar Tabárez, en su segunda experiencia luego de Italia 90, era el defensor de Sudamérica ante las potencias europeas. Se las vio con la eficaz
Holanda y lo tuvo al borde con un 1-1, pero dos goles rápidos de Sneijder y Robben borraron las ilusiones, que igual siguieron en pie hasta el último suspiro
por el 2-3 de Maxi Pereira y un equipo que se jugó entero, dejando una excelente imagen. Del otro lado, España y Alemania reeditaban en suelo sudafricano
la final europea, y el soberbio cabezazo de Carles Puyol a los 73 minutos le daba, como en 2008, el triunfo al combinado de Vicente Del Bosque por 1 a
0, que entonces arribaba a su primera final, ya mejorando su cuarto puesto de Brasil 50. Uruguay no se quedó en pena, le hizo lío a los alemanes y se le
puso 2-1 con un golazo de Diego Forlán, el mejor futbolista del torneo, pero volvió a caer con honor 3-2, así que los teutones tomaban otra vez el último
lugar del podio.
El 11 de julio, en el Soccer City, era la gran decisión. España quería repetir la epopeya de la Euro en el Mundial por primera vez. Pero Holanda jugaba
su tercera final y no quería perderla de nuevo. Sin embargo, fue la roja que hizo lo mejor, aunque su gran arquero Casillas debió taparle un mano a mano
a Robben. Los holandeses se defendieron y pegaron con complicidad del árbitro inglés Webb, y así se llegó a tiempo suplementario, como en 2006. Y a pesar
del dominio español, parecía que se definiría desde los once metros. Sin embargo, la expulsión del central Heitinga a los 109 minutos favoreció a los ibéricos.
Y a los 116, Fernando Torres mandó centro al área, el talentoso barcelonista Andrés Iniesta entró bien habilitado y con soberbio remate venció a Stekelenburg
para marcar la justicia. España, aquella furia roja que cambió su identidad, su mentalidad, su juego, hacía realidad su rol de candidato de una vez por
todas. Era su hora soñada: Dejar de ser protagonista y ser campeón del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario