Bienvenidos a Así Es La Vida, un blog de todo un poco, una charla con un amigo, sin tiempo ni espacio, sin intereses, sin estructuras. El caminar de un ciudadano por la vida. Dedicado a mi madre Anita.
viernes, 27 de diciembre de 2019
HISTORIAS DE INFANCIA: MI PRIMER AÑO NUEVO
Llega fin de año y uno mira para atrás. Pero yo quero en esta bonita sección de Así Es La Vida ir casi cuatro décadas atrás y rememorar aquel primer momento de Año Nuevo que recuerda mi mente. Fue ese 1 de enero de 1981, el comienzo del gran año, que fue la segunda fiesta navideña que registro, en aquella preciosa casita del tío materno Omar en el delta de la isla del río Tigre . Allí pasamos un lindo día que se prolongó hasta la bella noche, cuando vi en TV Argentina-Alemania del Mundialito de fútbol de Montevideo.
TÉ DE TILO ANTES DE ATRACARSE DE COMIDA
El tema de la comida es eso, un tema. Y qué decir en estas fiestas donde uno se da bien de atracones. Días atrás una experta en nutrición salió en Radio La Red de Buenos Aires sugiriendo distintas claves para comer mejor, no engordar y sobre todo no sufrir desequilibrios alimentarios. Porque la típica de la gente, me incluyo, es merendar apenas y comerse todo a la noche, empezando por la cena y siguiendo obviamente por la mesa dulce. No sólo que eso es pésimo según la profesional, sino que una de las claves, aunque parezca risueña, es tomar té de tilo. Esta hierba, como se sabe, es necesaria para la ansiedad. Justamente, la ansiedad que genera el apetito excesivo por mala administración del mismo genera el atracón. Y el tilo, como los estados de ánimo, calma esa locura y permite comer tranquilos y disfrutar, como bien ella dice, de la comida y no sufrirla, como tantas veces nos pasa. Quédense tranquilos, que ahora el tilo nos ayuda a comer.
GENIAL RESPUESTA DE BILARDO A AGRESIONES
Hace unos días escribí sobre lo bueno de hacerse el tonto, dejar pasar, como quiera llamársele, las agresiones de otros. En eso, Carlos Bilardo, entrenador de la Selección campeona en México 86 y subcampeona en Italia 90, fue como en otras cuestiones un genio. Según contara en su programa radial La Hora de Bilardo, una vez gente comenzó a decirle frontalmente y sin filtro críticas despiadadas por su trabajo. Uno le decía "usted es esto", algo despectivo. El "Narigón" respondía perfecto "sí, señor, muy bien, tiene razón, ¿algo más?". El mismo (u otro) volvía: "Sí, aparte usted es aquello". Bilardo de vuelta: "sí, señor, muy bien, tiene razón, ¿algo más?". De nuevo los locos, y el doctor contestaba igual. Hasta que, claro, los tipos se cansaron y no le dijeron más nada. Es así, cuanto menos se quiere ganar al otro, más se gana para uno mismo. Bilardo, a quien le deseamos que siga recuperándose de su salud, fue un campeón también en eso.
jueves, 26 de diciembre de 2019
!OFICIAL! TENGO FACEBOOK
Se va este próspero 2019 personal. Se va con todo gracias a Dios y María. Y aparte de ese regalón de Navidad que fue Carapachay No Duerme, acabo de concretar otro logro. Desde este jueves retomé mi cuenta de Facebook Diego Yamus, que ni soñaba a la distancia hace días nomás, es más, lo denosté por años. Pero hablando con amigos, me convencieron y ayudaron a que lo use y así regresé al megasitio americano este jueves.
En realidad, mi "Face" existe desde 2012 aproximadamente. Esa vez en el cybercafé de Carapa intenté abrir mi cuenta y lo hice, con la idea de difundir de mi trabajo como músico. Después vi que no podía publicar, se me iba el texto del cuadrito de edición y encima no encontraba dónde estaba publicado. Además la página se movía todo el tiempo, no dando lugar a mi lector de pantalla que me ayuda a saber qué hay en cada lugar. Así era difícil todo, por eso perdí el interés y lo dejé ahí tirado. Quise retomar un par de veces, sin éxito.
Hasta que días atrás curioseando chateé como un juego con algunos compañeros del Güemes (que recordemos reencontré hace un mes) y como vi que podía bien, este jueves intenté publicar y ahora sí salió. Lo primero fue un video de mi superclásico Carolina en vivo en el Colegio de Abogados de San Isidro, allá en diciembre de 2014, cuando Así Es La Vida nacía. Bueno, ahora estoy como nene con juguete nuevo, me encanta y lo uso con ganas. Ahí publicaré de todo, empezando claro por mi música. Otra para cerrar 2019 con todo. Hasta con ese Facebook que tanto dennosté. Ahora también yo estoy en las redes.
En realidad, mi "Face" existe desde 2012 aproximadamente. Esa vez en el cybercafé de Carapa intenté abrir mi cuenta y lo hice, con la idea de difundir de mi trabajo como músico. Después vi que no podía publicar, se me iba el texto del cuadrito de edición y encima no encontraba dónde estaba publicado. Además la página se movía todo el tiempo, no dando lugar a mi lector de pantalla que me ayuda a saber qué hay en cada lugar. Así era difícil todo, por eso perdí el interés y lo dejé ahí tirado. Quise retomar un par de veces, sin éxito.
Hasta que días atrás curioseando chateé como un juego con algunos compañeros del Güemes (que recordemos reencontré hace un mes) y como vi que podía bien, este jueves intenté publicar y ahora sí salió. Lo primero fue un video de mi superclásico Carolina en vivo en el Colegio de Abogados de San Isidro, allá en diciembre de 2014, cuando Así Es La Vida nacía. Bueno, ahora estoy como nene con juguete nuevo, me encanta y lo uso con ganas. Ahí publicaré de todo, empezando claro por mi música. Otra para cerrar 2019 con todo. Hasta con ese Facebook que tanto dennosté. Ahora también yo estoy en las redes.
martes, 24 de diciembre de 2019
NOCHE DE GLORIA EN EL CARAPACHAY NO DUERME
Como si Dios quisiera aparecérseme, este lunes 23 por la noche me dio en la mano otro momento de gloria para mi corazón. Cómo llamar de otra forma regresar al barrio donde naciste y viviste tus primerosaños, que ya es mucho. Y encima, hacer lo que te gusta y rociado del amor de un gentío. Así fue precisamente lo que viví anoche, al presentarme cantando mi Canción para Carapachay nada menos que en el ya tradicional Carapachay No Duerme, un espectáculo de música dentro de una movida comercial interesantísima, organizado entre otros por la cadena de heladerías CR.
La bellísima noche que Dios construyó después de un día de 32 grados tuvo como toda grande su historia con cada momento. Junto a papá Rafael, a quien decidí regalársela con justicia, llegué en remise a eso de las ocho menos cuarto del perfecto atardecer, que ya estaba matizado por los números de zumba y demás bailes de moda, sonorizados por música de alto impacto auditivo. Tras merodear por la cortada avenida Independencia, la principal carapachense, entramos al nuevo local de la heladería, y minutos después Guille, el organizador principal, me saludó y alentó mientras me avisaba que e en un rato tocaría (estaba pactado a las 20.30 aproximadamente). Luego vino Norma, su simpatiquísima mamá, y tras abrazarme y saludarnos nos convidó un cuarto del deleitante helado.
Saboreaba el chocolate y vainilla mirando el atardecer por el ventanal, y al mismo tiempo estaba ansioso y concentrado en semejante responsabilidad, una real final del mundo. Entonces entraron los adorados chicos de la secundaria, que reencontré hace un mes y que vinieron a verme "en patota", como suelen decir. Diego Solimena y el "Negro" Rodríguez fueron los adelantados, pero luego ingresaron las calurosas mujeres que me demostraron su amor, con la desopilante "Mongui" Dib a la cabeza. El cariño ilimitado de mis eternos compañeros de la promoción 1990 me iba cargando el tanque del alma, pero yo intentaba que no me sacara de eje.
Y llegó el ansiado momento, luchado durante meses por mi, hasta en duda poco tiempo atrás. A las 20.34, Guille vino a buscarme y me acompañó de la heladería al escenario callejero, mientras me repetía que todos estaban pendientes de mí. A mi paso al cruzar la calle, los chicos apostados cerca del escenario me gritaban cual si yo fuera el Papa. Y Guille comentaba mientras me dejaba en el borde del escenario: "No sabés, cuando sabían que salías los fotógrafos estaban zarpados por sacarte fotos". Yo trataba de aflojar, pero era cada vez más lo que recibía de cariño, aliento y ansiedad al mismo tiempo. Traté de estar relajado, pero era más las ansias y la concentración en mi futuro trabajo, por lo que igual no reparaba en el bullicio, ni siquiera en la potente música de fondo que matizaba la ya entrada noche.
Y fue la cumbre. A las 20.55 subí acompañado por Guille al escenario. Me instalé en un silloncito que según él me consiguió especialmente para quedar lindo, no era lo mejor para tocar pero acepté. Probé sonido con los excelentes profesionales que me rodearon, y tras saber que la guitarra estaba afinada me quedé tranquilo. Probé el micrófono y su perfecto sonido me daba más pie para hacer las cosas bien. Y ahí el locutor, Pablo, me empezó a anunciar. El griterío de los ex adolescentes del Güemes se hizo sentir enseguida. Y qué decir cuando minutos después me presentó oficialmente. Yo respondía tranquilo y simpático con la derecha en alto y arrojando besos, pero con ganas de largar. Y tras unas palabras que preparé pero dije del alma, comenzadas con un emotivo "Buenas noches Carapachay", toqué y canté el alegre lento que , paradójicamente, una depresión creó en aquel invierno de 2014, cuando me mudé de Carapachay a Villa Adelina.
Cantaba y punteaba la Fonseca mientras intentaba interpretar sentidamente el tema, de vez en cuando cerraba los ojos (movimiento típico en mí) y los abría para ver las luces preciosas que adornaban de gala la noche. Me fui soltando con el primer estribillo, con un típico "qué dice", y las palmas de mi barra respondieron automáticamente. Entre el sonido, mi trabajo, los ensayos de la semana y mi confianza en mis fuerzas, todo salió más perfecto de lo esperado. Y el "Viva Carapa" fue el broche de oro de semejante momento, que me terminó de emocionar y a los pibes de explotar de alegría, igual que cierta gente que los rodeaba, entre ellos papá.
Sueño cumplido, me dije mientras Guille, estricto, me tomó de la mano y casi me sacó del escenario, la apretada grilla del Carapa acortada de última era la culpable. Pero yo ya estaba satisfecho. Sin embargo, la alegría no terminó ahí. Uno a uno, los chicos me abrazaron y hasta alguno se emocionó de más. La primera fue la dulcísima Ale Isopi. "Estoy orgullosa de vos", me abrigaba mientras me apretaba emocionada, y yo a ella y su largo pelo rubio. Lo mismo con todos y con Martín, el seguidor carapachense hacedor de este momento, conocido el verano anterior y que hasta se puso a llorar.
Y el cierre era como debía. La alegre Patricia Ramos, uno de los profundos corazones de este tiempo, me daba la noticia de yapa. "¿Te molesta si tu papá viene a cenar con nosotros?", consultó. "¿Qué, vamos a ir a comer?", fue mi redundante y feliz respuesta. En efecto, la corpulenta rubia me llevaba de su brazo hacia El Nuevo Cóndor, la legendaria parrillita de Carapa. Y con suculenta cena (parrillada, papas fritas, postre, bebidas) cerramos junto a Dios, creador de estas magias, la noche más grande de mi 2019 musical y, probablemente, de mi vida personal, muy complicada este año. Ellos, los eternos compañeros del secundario, me la regalaron. Él, mi Carapachay amado por la eternidad, me la regaló. Ella, mamá Anita, la vio desde el superpullman celestial. Como dice la increíble canción que el cielo compuso, me di una vuelta por mi Carapachay. Una vuelta infinitamente gloriosa.
La bellísima noche que Dios construyó después de un día de 32 grados tuvo como toda grande su historia con cada momento. Junto a papá Rafael, a quien decidí regalársela con justicia, llegué en remise a eso de las ocho menos cuarto del perfecto atardecer, que ya estaba matizado por los números de zumba y demás bailes de moda, sonorizados por música de alto impacto auditivo. Tras merodear por la cortada avenida Independencia, la principal carapachense, entramos al nuevo local de la heladería, y minutos después Guille, el organizador principal, me saludó y alentó mientras me avisaba que e en un rato tocaría (estaba pactado a las 20.30 aproximadamente). Luego vino Norma, su simpatiquísima mamá, y tras abrazarme y saludarnos nos convidó un cuarto del deleitante helado.
Saboreaba el chocolate y vainilla mirando el atardecer por el ventanal, y al mismo tiempo estaba ansioso y concentrado en semejante responsabilidad, una real final del mundo. Entonces entraron los adorados chicos de la secundaria, que reencontré hace un mes y que vinieron a verme "en patota", como suelen decir. Diego Solimena y el "Negro" Rodríguez fueron los adelantados, pero luego ingresaron las calurosas mujeres que me demostraron su amor, con la desopilante "Mongui" Dib a la cabeza. El cariño ilimitado de mis eternos compañeros de la promoción 1990 me iba cargando el tanque del alma, pero yo intentaba que no me sacara de eje.
Y llegó el ansiado momento, luchado durante meses por mi, hasta en duda poco tiempo atrás. A las 20.34, Guille vino a buscarme y me acompañó de la heladería al escenario callejero, mientras me repetía que todos estaban pendientes de mí. A mi paso al cruzar la calle, los chicos apostados cerca del escenario me gritaban cual si yo fuera el Papa. Y Guille comentaba mientras me dejaba en el borde del escenario: "No sabés, cuando sabían que salías los fotógrafos estaban zarpados por sacarte fotos". Yo trataba de aflojar, pero era cada vez más lo que recibía de cariño, aliento y ansiedad al mismo tiempo. Traté de estar relajado, pero era más las ansias y la concentración en mi futuro trabajo, por lo que igual no reparaba en el bullicio, ni siquiera en la potente música de fondo que matizaba la ya entrada noche.
Y fue la cumbre. A las 20.55 subí acompañado por Guille al escenario. Me instalé en un silloncito que según él me consiguió especialmente para quedar lindo, no era lo mejor para tocar pero acepté. Probé sonido con los excelentes profesionales que me rodearon, y tras saber que la guitarra estaba afinada me quedé tranquilo. Probé el micrófono y su perfecto sonido me daba más pie para hacer las cosas bien. Y ahí el locutor, Pablo, me empezó a anunciar. El griterío de los ex adolescentes del Güemes se hizo sentir enseguida. Y qué decir cuando minutos después me presentó oficialmente. Yo respondía tranquilo y simpático con la derecha en alto y arrojando besos, pero con ganas de largar. Y tras unas palabras que preparé pero dije del alma, comenzadas con un emotivo "Buenas noches Carapachay", toqué y canté el alegre lento que , paradójicamente, una depresión creó en aquel invierno de 2014, cuando me mudé de Carapachay a Villa Adelina.
Cantaba y punteaba la Fonseca mientras intentaba interpretar sentidamente el tema, de vez en cuando cerraba los ojos (movimiento típico en mí) y los abría para ver las luces preciosas que adornaban de gala la noche. Me fui soltando con el primer estribillo, con un típico "qué dice", y las palmas de mi barra respondieron automáticamente. Entre el sonido, mi trabajo, los ensayos de la semana y mi confianza en mis fuerzas, todo salió más perfecto de lo esperado. Y el "Viva Carapa" fue el broche de oro de semejante momento, que me terminó de emocionar y a los pibes de explotar de alegría, igual que cierta gente que los rodeaba, entre ellos papá.
Sueño cumplido, me dije mientras Guille, estricto, me tomó de la mano y casi me sacó del escenario, la apretada grilla del Carapa acortada de última era la culpable. Pero yo ya estaba satisfecho. Sin embargo, la alegría no terminó ahí. Uno a uno, los chicos me abrazaron y hasta alguno se emocionó de más. La primera fue la dulcísima Ale Isopi. "Estoy orgullosa de vos", me abrigaba mientras me apretaba emocionada, y yo a ella y su largo pelo rubio. Lo mismo con todos y con Martín, el seguidor carapachense hacedor de este momento, conocido el verano anterior y que hasta se puso a llorar.
Y el cierre era como debía. La alegre Patricia Ramos, uno de los profundos corazones de este tiempo, me daba la noticia de yapa. "¿Te molesta si tu papá viene a cenar con nosotros?", consultó. "¿Qué, vamos a ir a comer?", fue mi redundante y feliz respuesta. En efecto, la corpulenta rubia me llevaba de su brazo hacia El Nuevo Cóndor, la legendaria parrillita de Carapa. Y con suculenta cena (parrillada, papas fritas, postre, bebidas) cerramos junto a Dios, creador de estas magias, la noche más grande de mi 2019 musical y, probablemente, de mi vida personal, muy complicada este año. Ellos, los eternos compañeros del secundario, me la regalaron. Él, mi Carapachay amado por la eternidad, me la regaló. Ella, mamá Anita, la vio desde el superpullman celestial. Como dice la increíble canción que el cielo compuso, me di una vuelta por mi Carapachay. Una vuelta infinitamente gloriosa.
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TEA Y RAMÓN CASTRO, JUNTOS 26 AÑOS DESPUÉS
Este sábado 21, justo en el aniversario mío de periodista, Dios me regaló otra de sus infinitas bendiciones de este 2019. Estuve cantando, una vez más este mes, en este caso en la radio digital Trilce, en el barrio porteño de Almagro. Fue un viaje largo pero una lindísima experiencia, con nota y todo. Al terminar, volví con Martín, un nuevo fanático de mi música, y además carapachense, que me conoció por mi famosa canción de mi barrio amado. Resulta que el colectivo de la legendaria línea 19 nos dejó justamente en Carapachay. Eran las 10 de la preciosa noche veraniega cuando caminamos unas cuadras y llegamos al centro de la localidad, la avenida Independencia. Y allí ocurrió el mejor momento de la sabatina jornada.
Martín me preguntó si quería pasar por mi adorada, eterna casa natal, la de Ramón Castro, para quienes no saben justo a una cuadra del nacimiento de Independencia. Medio indeciso, le dije que sí, inseguro entre la alegría de la casa y la melancolía de ya no vivir allí. Pero me acordé de que aquel 21 de diciembre del 93 regresé a esa casa, bien mía entonces, de la fiesta de TEA. Y mi sí fue el acierto más grande de la noche. Acompañado por el simpático joven, me paré en las rejas sobre la actual vereda negra, me apoyé contra ellas y Martín me sacó una foto con la guitarra que traía de la radio. Sí, como 26 años atrás, a las 10 y algo de la noche volví a Ramón Castro. Aunque en la realidad no sea lo mismo, en el corazón sí. Y eso vale más.
Martín me preguntó si quería pasar por mi adorada, eterna casa natal, la de Ramón Castro, para quienes no saben justo a una cuadra del nacimiento de Independencia. Medio indeciso, le dije que sí, inseguro entre la alegría de la casa y la melancolía de ya no vivir allí. Pero me acordé de que aquel 21 de diciembre del 93 regresé a esa casa, bien mía entonces, de la fiesta de TEA. Y mi sí fue el acierto más grande de la noche. Acompañado por el simpático joven, me paré en las rejas sobre la actual vereda negra, me apoyé contra ellas y Martín me sacó una foto con la guitarra que traía de la radio. Sí, como 26 años atrás, a las 10 y algo de la noche volví a Ramón Castro. Aunque en la realidad no sea lo mismo, en el corazón sí. Y eso vale más.
sábado, 21 de diciembre de 2019
CÓMO EMPECÉ A ESTUDIAR PPERIODISMO
Hoy son ya 26 los años que soy periodista, el mayor título de mi vida, el único realmente profesional. Y en este 21 de diciembre, a dos décadas y media de esa inolvidable noche, quiero recordar el kilómetro cero de esta infinita, eterna historia.
Mi historia de mis estudios terciarios comenzó mucho antes de que pudiera averiguar sobre ellos. Una soleada tarde de 1989 escuché al gran Víctor Hugo Morales en una previa de fútbol en Radio Continental hablar de un lugar donde se daba periodismo. “Muchos me preguntan dónde pueden estudiar, y yo les digo que vayan a TEA, hay prácticas de relato y comentario...”. Allí le presté atención, pero luego me olvidé. Con el tiempo lo recordaría bien.
PROPAGANDA DE TEA EN SÓLO FÚTBOL
Pero todo comenzó recién ese abril 91 y tras otros aislados intentos. Una vez más, como tantas veces, un golpe de suerte solucionó el gran problema del año. Una nublada mañana leía sentado en el patio un ejemplar de la recordada revista semanal Sólo Fútbol, y de repente vi una propaganda que me parecía haber visto antes, pero que no recordaba. Decía en un costado: “¿Adónde puedo ir a estudiar periodismo deportivo?” Ahí puse el ojo. Y en la otra punta en diagonal abajo, decía “ANDÁ A DEPORTEA” y todos los datos. No lo podía creer... Enseguida me entusiasmé y se la mostré a mi mamá, que estaba cerca baldeando. Y desde ese bendito momento empezó la gran historia de mi carrera favorita.
CHARLAS PREVIAS EN TEA
A fines de aquel abril fui forjando el inicio de mi estudio en el gran TEA (Taller Escuela Agencia), y más precisamente en DeporTEA, su división deportiva. Primero mis padres averiguaron a partir de la bendita publicidad. Y una fría mañana fui yo con ellos y mi cuaderno de la crónica que hice del Mundial Italia 90 hasta ese gran edificio en la calle Lavalle, en plena Capital. Subí la larga escalera hasta el hall del primero de los tres pisos y allí me vi y saludé por primera vez con el gran Guillermo Blanco, uno de los tres directores, a quien nunca había oído nombrar.
Tras una corta espera, de allí fui a una pequeña oficina y empecé a charlar con él. Cuando le dije mi nombre, el morocho acotó “otro Diego más, Maradona, Latorre...”. Y luego de hojear mi crónica del 90, dijo: “Veo que esto te gusta mucho”. Enseguida informó a mis padres: “Lo vamos a poner con Enrique Escande, el jefe de la agencia de noticias EFE”. Y un regalo extra: en breve él enviaría una carta a nada menos que Víctor Hugo Morales recomendándome... unos días después me inscribía. Estaba por comenzar mi gran sueño, ese que no muy atrás parecía irrealizable.
PROBLEMAS PREVIOS
Sin embargo, como tantas otras cosas de mi vida, no fue fácil. La idea de tener que ir al centro parecía un obstáculo insalvable. Y una mañana en el comedor lo discutimos en familia: yo ya pensaba no ir, mi mamá habló con mi hermano mayor Fabián que le sugirió que me mandara en los nuevos remises. Al final el lío se solucionó con que mi papá me llevaría.
Y LLEGÓ EL COMIENZO
Y aquella mañana de mayo, un mes más tarde del inicio de clases, arranqué mis sueños de periodista deportivo sentado en ese aula del primer piso, en uno de esos singulares bancos pequeños con pupitre, con mi carpeta negra y una birome. Allí estuve con el genial Enrique Escande, mi tallerista en este primer año, y unos 20 compañeros. Ese apenas recordado día fue el primero de mi nueva historia y el que cambió mi vida aquel 1991.
Como era previsible, mi primer año periodístico fue algo complicado. La nueva realidad de la etapa terciaria trajo muchos cambios a los que me costó adaptarme: nuevo estudio, método y nivel de excigencia, nuevo lugar y en Capital, otros compañeros y autoridades. Además no tuve gran aplicación al trabajo, llevándome dos materias, y poca relación con los chicos. Sin duda este 1º A fue el más difícil de los tres años y el reflejo de ese tiempo de transición. Pero, al menos, fue el comienzo de mi carrera. Nada menos.
Mi historia de mis estudios terciarios comenzó mucho antes de que pudiera averiguar sobre ellos. Una soleada tarde de 1989 escuché al gran Víctor Hugo Morales en una previa de fútbol en Radio Continental hablar de un lugar donde se daba periodismo. “Muchos me preguntan dónde pueden estudiar, y yo les digo que vayan a TEA, hay prácticas de relato y comentario...”. Allí le presté atención, pero luego me olvidé. Con el tiempo lo recordaría bien.
PROPAGANDA DE TEA EN SÓLO FÚTBOL
Pero todo comenzó recién ese abril 91 y tras otros aislados intentos. Una vez más, como tantas veces, un golpe de suerte solucionó el gran problema del año. Una nublada mañana leía sentado en el patio un ejemplar de la recordada revista semanal Sólo Fútbol, y de repente vi una propaganda que me parecía haber visto antes, pero que no recordaba. Decía en un costado: “¿Adónde puedo ir a estudiar periodismo deportivo?” Ahí puse el ojo. Y en la otra punta en diagonal abajo, decía “ANDÁ A DEPORTEA” y todos los datos. No lo podía creer... Enseguida me entusiasmé y se la mostré a mi mamá, que estaba cerca baldeando. Y desde ese bendito momento empezó la gran historia de mi carrera favorita.
CHARLAS PREVIAS EN TEA
A fines de aquel abril fui forjando el inicio de mi estudio en el gran TEA (Taller Escuela Agencia), y más precisamente en DeporTEA, su división deportiva. Primero mis padres averiguaron a partir de la bendita publicidad. Y una fría mañana fui yo con ellos y mi cuaderno de la crónica que hice del Mundial Italia 90 hasta ese gran edificio en la calle Lavalle, en plena Capital. Subí la larga escalera hasta el hall del primero de los tres pisos y allí me vi y saludé por primera vez con el gran Guillermo Blanco, uno de los tres directores, a quien nunca había oído nombrar.
Tras una corta espera, de allí fui a una pequeña oficina y empecé a charlar con él. Cuando le dije mi nombre, el morocho acotó “otro Diego más, Maradona, Latorre...”. Y luego de hojear mi crónica del 90, dijo: “Veo que esto te gusta mucho”. Enseguida informó a mis padres: “Lo vamos a poner con Enrique Escande, el jefe de la agencia de noticias EFE”. Y un regalo extra: en breve él enviaría una carta a nada menos que Víctor Hugo Morales recomendándome... unos días después me inscribía. Estaba por comenzar mi gran sueño, ese que no muy atrás parecía irrealizable.
PROBLEMAS PREVIOS
Sin embargo, como tantas otras cosas de mi vida, no fue fácil. La idea de tener que ir al centro parecía un obstáculo insalvable. Y una mañana en el comedor lo discutimos en familia: yo ya pensaba no ir, mi mamá habló con mi hermano mayor Fabián que le sugirió que me mandara en los nuevos remises. Al final el lío se solucionó con que mi papá me llevaría.
Y LLEGÓ EL COMIENZO
Y aquella mañana de mayo, un mes más tarde del inicio de clases, arranqué mis sueños de periodista deportivo sentado en ese aula del primer piso, en uno de esos singulares bancos pequeños con pupitre, con mi carpeta negra y una birome. Allí estuve con el genial Enrique Escande, mi tallerista en este primer año, y unos 20 compañeros. Ese apenas recordado día fue el primero de mi nueva historia y el que cambió mi vida aquel 1991.
Como era previsible, mi primer año periodístico fue algo complicado. La nueva realidad de la etapa terciaria trajo muchos cambios a los que me costó adaptarme: nuevo estudio, método y nivel de excigencia, nuevo lugar y en Capital, otros compañeros y autoridades. Además no tuve gran aplicación al trabajo, llevándome dos materias, y poca relación con los chicos. Sin duda este 1º A fue el más difícil de los tres años y el reflejo de ese tiempo de transición. Pero, al menos, fue el comienzo de mi carrera. Nada menos.
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