En México en 1970, Brasil se había llevado para siempre la Copa Jules Rimet, por lo que una nueva Copa debía nacer. Fue todo un símbolo para 1974, porque no sólo hubo una nueva pieza, sino un nuevo panorama donde los europeos dominaron claramente, un nuevo fútbol y hasta un nuevo presidente de la FIFA, el brasileño Joao Havelange. La cita era en Alemania, aquella potencia de la guerra luego renacida de las ruinas, tanto que en 1966 la FIFA la premió con la sede. Y allí, el nuevo fútbol se desplegó en todo su esplendor, con equipos inolvidables y un final tan imprevisto como imborrable, con el local campeón por segunda vez sobre la Holanda total.
El Mundial se consolidaba en su era moderna, en organización, difusión, número de participantes y estrenos. Las eliminatorias cada vez más ordenadas, con zonas más definidas por continente, mostraron sus perlas: Polonia se atrevió a marginar a Inglaterra en Wembley, Yugoslavia a España en desempate y la Unión Soviética a Francia, aunque los soviéticos luego caerían en la novedosa repesca con Chile (ver aparte). Por Sudamérica, además de los trasandinos y el Brasil post-Pelé, iban Argentina y sus líos internos (nuevo Dt cerca del comienzo) y Uruguay con Fernando Morena a la cabeza. En tanto, México sufrió una humillación histórica al dser goleado por Trinidad y Tobago y fue Haití quien tomó su lugar, debutando junto a Zaire, primero de Africa Negra, y Australia.
Si faltaba poco para que fuera el Mundial de las novedades, se hizo el sistema de grupos para los cuartos de final, donde los ocho clasificados de la primera fase se juntarían en dos de cuatro y el ganador iría a la final y el segundo al tercer puesto, con lo que el que avanzaba de la primera fase terminaba jugando siete partidos. Desde el inicio fue evidente el bajón sudamericano en detrimento de la potencia europea. Brasil pasó con dos 0-0 y un gol a Zaire faltando 11 minutos, Argentina debió esperar derrota ajena, Uruguay se fue vapuleado por Suecia y Chile no pudo pasar el muro de Berlín, donde las Alemanias, increíble paradoja del destino, se encontraron y siguieron de la mano a la segunda ronda. También, desde ese momento, se veían quiénes iban a brillar: Johan Cruyff y demás holandeses jugaban fútbol total para arrasar rivales, Beckenbauer, Breitner y Gerd Müller impulsaban a Alemania Federal y Grzegorz Lato a Polonia.
El predominio del Viejo Mundo fue más marcado en la siguiente fase. Sólo Brasil logró arañar un tercer puesto, al ser escolta de la naranja mecánica, que bailó a Argentina 4-0, derrotó a Alemania Oriental y al scratch y llegó a su primera final. Los brasileños, con Rivelino y Jairzinho como retazos del ballet del 70, también empujaron a una pobre albiceleste. Del otro grupo, Alemania Federal no dejaba dudas al superar a Yugoslavia, Suecia en dramático y emotivo 4-2 y los polacos, para verle la cara a la revelación del torneo, tal vez con temor.
Pero el dueño de casa no tuvo que temer. Después del triunfo de Polonia a Brasil como tercero, el 7 de julio en el precioso Olímpico de Munich se las arregló muy bien para contener a Holanda. A pesar de que al minuto, la naranja se puso arriba de penal tras una jugada donde no dejó tocar la pelota a los germanos, convertido por Johan Neeskens. Los de Helmut Schön fueron al ataque, los holandeses se confiaron y Breitner también de penal empató. Y antes del cierre del primer tiempo, un pase atrás le quedó incómodo a Müller, pero el “Bombardero de la Nación” enganchó una media vuelta y definió ante Jongbloed para el desnivel, que no se movió a pesar de la búsqueda de Cruyff y los suyos, más las atajadas de Sepp Maier. La nueva Copa tenía otra novedad: Alemania, la fuerza, era mejor que la belleza de Holanda, en otro Mundial inolvidable.
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