Con los turbios sucesos de Inglaterra 66, la Copa del Mundo había entrado en un cono de sombras. Pero la edición de México en 1970, primera en América del Norte, le devolvió el brillo y el color que merecía. Llegó la televisión a color, las imágenes vía satélite, mejores comunicaciones y una organización y competencia limpias. Y para hacerla más disfrutable, una verdadera sinfonía de fútbol por Pelé y su Brasil les dio el tricampeonato y la Copa Jules Rimet para siempre, grabando una huella inolvidable en la historia.
México, con trayectoria habitual en el Mundial, le ganó a Argentina la sede del 70 por mejor infraestructura y estabilidad económica. Además, había hecho los Juegos Olímpicos dos años antes, y como Uruguay en el 30 o Brasil en el 50, construyó un majestuoso estadio: el Azteca, que sería (como en el 68) epicentro de emociones. El “tri” tenía la chance como local de un mejor papel que los anteriores, y junto a Inglaterra, campeón reinante, y Alemania Federal, nuevamente clasificado, eran los candidatos. Pocos creían en Brasil, a pesar de que el scratch se floreó en la eliminatoria; polémicas entre el técnico Joao Saldanha y Pelé, la exclusión de éste, una derrota con la eliminada Argentina y la remoción de Saldanha crearon un mal clima previo a la Copa.
La fase de clasificación ofreció ausencias de peso en Europa y Sudamérica: Hungría, campeón olímpico,Portugal último en el Grupo 1, España, Francia y sobre todo la Selección, marginada por única vez en la cancha al no poder con el gran Perú y con su propia desorganización, con cambios constantes de entrenador. Pero la gran novedad se dio para África y Asia, que vieron que su boicot al torneo del 66 dio frutos y la FIFA les otorgó la merecida plaza propia, con lo que Marruecos fue el segundo país africano e Israel debutó. La nota negra la dieron El Salvador y Honduras en la llamada “guerra del fútbol”, una serie de tres partidos entre ambos con incidentes que derivó en acciones bélicas con consecuencias nefastas. Fue el precio de que los salvadoreños jugaran su primera Copa del Mundo.
Así las cosas, el 31 de mayo y con el increíble marco de un Azteca colmado, México y la Unión Soviética abrieron el Mundial con un empate a cero. Ambos eran parte del Grupo 1, donde superaron con facilidad a Bélgica y El Salvador. El 2 tuvo sólo seis goles en seis partidos, y con ellos el Uruguay de Luis Cubilla y la Italia de Gianni Rivera, que buscaba el desquite del 0-1 con Corea en el 66, pasaron a cuartos de final. Los otros dos grupos tuvieron dominadores exclusivos: el Brasil de Pelé comenzó su función con tres claras victorias y la Alemania de Gerd Müller y Franz Beckenbauer arrasaba con dos tripletes del primero. Inglaterra fue segundo de los brasileños y Perú, en su primera Copa desde 1930, también se metió en los cuartos.
Pero en el camino peruano se cruzó Pelé, y los de Mario Zagallo, ahora su nuevo técnico, les ganaron 4-2 en uno de los grandes encuentros del torneo. Uruguay y Alemania siguieron en inolvidables partidos con alargue y polémica, y México empezó ganándole a Italia, pero los azzurros con Rivera de titular los golearon y fueron a las semifinales. Éstas fueron otros dos épicos momentos, el 3-1 de Brasil a los celestes con la gran jugada de Pelé ante Mazurkiewicz que no fue gol por poco y, más aún, el tremendo Italia-Alemania, que por algo quedó como “el partido del siglo”, con cambios constantes en el marcador, lesionados como Beckenbauer, un alargue con cinco goles y una definición de Rivera para un 4-3 espectacular, que ponía a los italianos en su primera final desde 1938. Uruguay redondeó igualmente su mejor tarea desde el Maracanazo del 50 con el cuarto puesto, ya que perdió el podio 1-0 con los alemanes.
El 21 de junio, con una ligera lluvia, el Azteca volvía a estar a tope, con casi 108.000 personas, para la final. Los mexicanos iban por Brasil, no sólo porque Italia los había eliminado, sino por el juego de los verdeamarillos. Entonces gritaron rápido a los 17 minutos, cuando Pelé conectó de cabeza un centro desde el lateral. Pero la fragilidad defensiva brasileña hizo que entre el flojo arquero Félix y el central Brito chocaran y le regalaran el empate a Boninsegna, poco antes del descanso. Fue un espejismo, porque en el segundo tiempo, un zurdazo de Gerson y un gol de Jairzinho, otros dos genios, terminaron con el misterio de la retaguardia azzurra. Y para coronar uno de los más grandes campeones de todos los tiempos, Pelé sin mirar asistió al lateral Carlos Alberto, que marcó un hermoso gol para un 4-1 lapidario, concluyente. México y Brasil festejaron juntos, la Copa Rimet fue a las arcas de los de Zagallo y Pelé entró en la inmortalidad, de paso tomándose amplísimo desquite de su lesión del 62 y sus golpes del 66. El gran fútbol triunfó e hizo de México 70, aunque no estuviera Argentina, un recuerdo imborrable.
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